Ayer jueves publicaba en MomentoGP una pequeña reflexión sobre la importancia que ha tenido, bajo mi humilde punto de vista, lo conseguido por el titular del dorsal número 55 en el Gran Premio de Brasil [Carlos Sainz. Algo más que un podio], y hoy me apetece incidir en el aspecto festivo que tuvo el asalto de la tropa de McLaren al altar donde se celebran las ceremonias de entrega de premios, porque además de los presentes, en cierto modo allí estaba presente toda Woking y todos esos aficionados que han sufrido lo indecible desde 2014 a esta parte.
El contraste con las caras largas que reinaban en los garajes de Ferrari fue más que evidente, pero nada más lejos de mi intención trazar feos paralelismos al tomar prestado el término «famiglia» en vez de «family», y es que la explosión de júbilo habida en Interlagos era más mediterránea que anglosajona, y me explico:
Lejos de la métrica solapada que suele dominar este tipo de manifestaciones, una vez conocida la noticia de que Lewis Hamilton había sido sancionado con 5 segundos y perdía el tercer cajón, la británica se desmelenaba y avanzaba hacia la pasarela del podio como un enjambre que buscaba inmortalizar el momento. ¿Parecía el retrato de los invitados a una boda o un bautizo después calentar motores antes de la comida? Yo diría que por ahí iban los tiros...
No faltó nadie y eso fue lo más bonito de todo. No hay más que verlos: gente buena y fuerte reclamando el protagonismo de un instante que se habían ganado a pulso... Mediterráneo puro, a que ahora lo véis.
Os leo.
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