Juliantxu, Aitite, mi difunto padre, solía decir que la vida te pasa factura transformándose en los patines de cuando eras pequeño, aquellos mismos que disputabas a tu propio hermano o a un amigo, envidias y rencores que han quedado como una llaga abierta que no hay sutura que cierre y que aparecen para amargarte el tramo donde menos los esperas. Él era, además de un magnífico dibujante, un sabio y un poeta de andar por casa, muy a su modo y manera, un tipo inteligente, entrañable, cultivado y dotado de un finísimo sentido del humor, al que la vida empapó de experiencia y que no estaba exento de cierto romanticismo y épica, pues el mismo día en que moría el tenor Enrico Carusso por una complicación en una pleuresía mal tratada, nacía él en Portugalete… Huelga decir que cantaba de cine.
Viene a cuento este jirón de mi memoria porque el gran Nelson ha vuelto a abrir la boca para mantener viva la herida que parecía haber quedado cerrada la semana pasada (si no, no se entiende), y es que siendo uno de los brasileños más enormes de la historia deportiva, también pasa por ser uno de los que tienen la lengua más larga (lenguaraz, que decimos por aquí), y para colmo afilada como un estilete. Tan es así que no puede evitar seguir siendo genio y figura cuando el escenario recomienda algo de contención y un poco de mesura. Tal vez sea por lo que acabo de relatar o porque no le da la real gana, lo cierto es que ha encontrado en la estúpida historia reciente de su hijo un filón donde seguir reivindicándose como notable. Al respecto, él, dice, jamás se habría prestado a cometer tamaña felonía; él, argumenta, de haberlo sabido a tiempo, nunca habría consentido que su vástago hubiese cometido tan absurda estupidez. Él, él, él… ¿lo vais pillando?