Técnicamente se termina el año a medianoche y mientras llega la hora, esa otra hora temida en que aparecen los cuñados, las cuñadas y el fantasma de los langostinos; mi costilla rota, un gato de ocho meses que ha vuelto al hogar, mi perrilla y yo, nos hemos hecho fuertes en el estudio por ver si matamos el rato a nuestra manera.
Ser libre tiene un precio que hay que pagar siempre y en el fondo, además de profundamente optimista, os confieso de nuevo que soy un romántico de tomo y lomo. Por si fuera poco, voy descubriendo a sorbos que cada vez me gustan más las películas que tienen algo que contar, sobre todo si hay ángeles de por medio.