Cuando no ofendía a nadie que un compatriota nuestro copara los titulares de la prensa deportiva como si hubiese ganado él solo las 24 Horas de Le Mans —sin ayuda de sus compañeros de tripulación, vamos—, la gente descubrió que teníamos un piloto al que habíamos olvidado un poco, y vio Dios que todo aquello era bueno...
Corría 2009, y a mí, aquel paso del Rubicón me pillo literalmente en calzoncillos [Ahí queda eso]. Marc había ganado Le Mans, ¡había ganado las 24 Horas!, e importaba bastante poco en aquellos instantes que lo hubiera conseguido junto a David Brabham y Alexander Wurz. Uno de los nuestros estaba allí, en lo más alto de la cita más cabrona del mundo, y con eso y su sonrisa en el podio nos bastaba.