No, no voy a echar el ratito escribiendo sobre la Mafia, si no, más bien, sobre unos tiempos en los que a falta de velociraptors y depredadores natos sobre la pista, o gente que hacía lo que tenía que hacer, los pilotos se portaban como lobos que buscaban el amparo de la manada cuando apretaba el invierno, y regalaban gestos para el recuerdo porque ante todo se respetaban como iguales y luego venía lo demás.
Este sentido de pertenencia se ha perdido por completo, pero no importa, esta noche vamos a recordar cómo dos enemigos que se jugaban el Mundial de 1958 protagonizaron uno de esos gestos que no parece comprender nadie en la actualidad, porque, en el fondo, tampoco se entiende lo que significa realmente la palabra egoísmo, y lo que conlleva.