El pasado G.P. de Singapur me ha hecho mirar hacia la cita valenciana de este verano que hemos dejado atrás como quien dice la semana pasada. Y me he animado a hacerlo porque esta temporada me he empeñado en vislumbrar entre las telarañas que tan bien tejidas tienen Bernie Ecclestone y su aparatik alrededor de su pequeño gran negocio, descubriendo que hay demasiada tela que cortar en eso de afirmar cuál sí y cuál no resulta un circuito entretenido, porque las sensaciones que transmite cada uno de ellos al espectador pasan por demasiados filtros como para poder afirmar tajantemente que lo que vemos responde realmente a lo que está sucediendo o ha ocurrido unos segundos antes en la pantalla del televisor.
Singapur me parece una bonita muestra de lo que cambia todo cuando en el interior de una carrera ocurren cosas propias del automovilismo, y no artificios propios de la paleta de recursos de un diseñador de efectos especiales.