La buena Williams comenzó a agotarse a mediados de la década pasada. Es recordar esa Grove con Montoya al volante de unos de sus coches y que casi te salga una lagrimilla.
En fin. Poco antes, en 2004, pudimos asistir a uno de esos momentos únicos en que quitas la pintura y los vinilos de un monoplaza, y, ¡oh, maravilla!, descubres en la parrilla un ejemplar único. No uno que se diferencia de los otros por pequeños matices en la cúpula del cubrecapot o en los pontones... No, un un ejemplar único de los de verdad, un vehículo que era un Williams de lejos y de cerca, que se distinguía siempre, fueran cuales fuesen la circunstancias.