Si estuviera entre nosotros el gran Carlos Castellá, seguramente habría mencionado la suerte de los campeones en su crónica del Gran Premio de México, para describir la potra que tuvo Hamilton ayer, evitando una penalización a todas luces merecidísima.
Los campeones siempre disponen de ese tipo de suerte que no gozamos el resto de seres humanos, y baste recordar para ratificar lo que digo aquel gol que marcó Diego Armando Maradona en el Estadio Azteca de México, cuando Argentina disputaba los cuartos de final del Mundial de Fútbol 1986 frente a Inglaterra. El pelusa jamás negó (salvo en el campo, se sobreentiende) que aquel primer gol fue marcado ilegalmente, aunque tuvo la destreza mental de bautizar el ardid como La mano de Dios para que así se recuerde por siempre jamás.