Queda feo decir que he sido infiel a mis citas con este blog porque me he ido de farra, pero así ha sido y no merece la pena intentar negarlo. Este sábado pasado me apuntaba a un festejo que se desarrollaba en el marco incomparable del castillo de Cuzcurrita, en Cuzcurrita del Río Tirón, La Rioja. La cosa iba de la celebración del cumpleaños de Ana Martín Onzain, la mejor amiga de Cata, una grandiosa enóloga, una bellísima persona, y el caso es que la aventura terminó a las tantas de la madrugada del domingo tras haber regado las horas anteriores con buenos caldos blancos y tintos, con una buena dosis de txakolí del bueno, Itxasmendi, con cazuelitas y delicadezas culinarias, y con la impagable sensación de haber compartido el tiempo con gente maravillosa de la que atesoro ahora un gratísimo recuerdo.
¿Qué queréis que os diga que no imaginéis? Pasar un rato sin que Mosley o Montezemolo te arruinen la velada, sin que las desgracias que aquejan al ornitorrinco te nublen el sentido, sin que aparezca Anthony Hamilton en los encuadres más inesperados, sin que nada tenga importancia porque el tiempo se detiene para susurrarte al oído que vivir la vida es un auténtico regalo, resulta algo memorable, y reseñable, siquiera porque supone un agradadable intermedio que sabe a bien merecido y bien ganado tras la temporada deportiva que llevamos.