Los que entienden de esto mucho más que yo coinciden en afirmar que el invento que mayor trascendencia ha tenido en la F1, a lo largo de su historia, se entiende, ha sido y sigue siendo la ocurrencia que tuvo Colin Chapman de disfrazar los Lotus 49B de su escudería como cajetillas de tabaco.
Sí, me estoy refiriendo a la puñetera publicidad, a esa segunda piel llena de colorines y letras o grafías más o menos grandes, que si desaparecieran harían indistinguibles, unos de otros, a los monoplazas actuales. Y el caso es que cuando el patrón británico comenzó a larvar la idea de alquilar la carrocería de los vehículos de su equipo como anuncios rodantes (allá por 1967), los coches iban pintados a la antigua usanza, la tradicional: verde para los ingleses, azul suave para los franceses, rojo para los italianos, azul oscuro con ribete blanco para los americanos (¡el Eagle de Dan Gurney, ése si que era un coche precioso!), blanco para los japonenes (¡el Honda RA273, Profesor!), naranja para Mclaren (¡neozelandés, oiga!), etcétera… y se diferenciaban, además, por sus perfiles, por lo alargado o corto de sus morros, por la posición de los enormes tubos de escape, por su sonido… vamos, que ni falta que hacía complicarse la vida para resaltar un vehículo o destacarlo sobre el asfalto para facilitar su reconocimiento, pero Chapman aplicó su invento en 1968, única y esclusivamente por meter dinero en el negocio, y ¡acertó!