Seguro que me meto en un jardín, pero...
A ver cómo lo digo sin que se me ofenda nadie: vengo de un mundo lejano en el que, incluso siendo renacuajos que levantábamos tres palmos del suelo, entendíamos a la primera que nuestros ídolos podían ser perfectos gilipollas fuera de su actividad y dioses en ella. También es verdad que tuvimos una suerte infinita, ya que Ballesteros, Induráin, De la Quadra-Salcedo, Pérez de Tudela y un larguísimo etcétera que no me cabe en estas líneas, nos devolvían generosamente la fe que habíamos depositado en ellos evitando hacer el imbécil en público.