Uno está tan acostumbrado a ver gradas vacías o rellenas de publicidad, profesores, alumnos, de militares, de jeques, o de pérfidos alonsistas que tomarán las de Villadiego en cuanto el Nano flaquee un tanto así, que ha recibido una bofetada de alegría que casi le hace caer al suelo, al percibir cómo un público totalmente volcado con nuestro deporte, jaleaba a un chamaquito que luchaba con el cuchillo entre los dientes en calificación, por hacer nono en vez de décimo, como si estuviera a punto de conseguir la pole.
Basta pasarse por algunos foros internacionales para entrever que había mucho recelo con eso de que México fuese capaz de levantar un Gran Premio, su Gran Premio. Ya se sabe, lo que huele a latino o mediterráneo en Fórmula 1, siempre enarca una ceja en el careto de los numerosos censores que abundan para decirnos a los demás lo que está bien y lo que está mal, dónde hay que posar los ojos y dónde ni se te ocurra. Y lo malo no es lo que se lee entre líneas, sino que éstas suelen ser escritas por mentecatos y acomplejados hispanoamericanos o españoles, lo mismo da, que ven en en eso valorar lo suyo una especie de pecado original del que hay que abjurar lo antes posible, no vaya a ser que alguien les mire mal.