Andaba el mundo revuelto, allá por 1981, y la FISA (organismo antecesor de la FIA, pero igual de metepatas), por eliminar riesgos a cuenta del efecto suelo —por hacer asimilable la cosa, el tal originaba downforce como los actuales difusores, pero a lo bruto, desde la entrada de los pontones (que nacían un poco más atrás de los neumáticos delanteros) hasta el eje trasero, con la ayuda de unas alfombrillas verticales que rozaban el suelo y convertían los canales laterales del vehículo en zonas absolutamente estancas—, había resuelto establecer que las alfombrillas de marras deberían estar situadas a 6 centímetros del suelo al inicio de la carrera y a su término, y a tal fin estableció una medición obligatoria en ambos momentos (la valoración se hacía con láser, que por entonces era la recaraba), para velar que los monoplazas cumplieran la norma y esas cosas.
Como ocurre siempre con los lumbreras que paren este tipo de reglas, a ninguno se le ocurrió que un coche que pasara las pruebas pudiera variar la configuración una vez comenzara a rodar… Pero llegaron Gordon Murray y su gente y demostraron que se podía, y el BT49 fue copiado y Colin Chapman y los suyos fueron un poquito más lejos, creando uno de los monoplazas más inteligentes que recuerdo.