La trampa, si no es burda, por regla general suele resultar algo original que incluso acaba arrancando una sonrisa. A ver, que levante la mano quien no hizo una mueca chispeante o se dijo para sí, socarronamente, ¡claro: qué cabrones!, al conocer que parte de la industria automovilística, alemana por demás, nos la había estado metiendo doblada con el tema de las emisiones de CO2 y los diésel.
Luego viene la indignación, obviamente, y uno se cisca en todo lo que se menea y empieza a llamar las cosas por su nombre: fraude, timo, engaño, etcétera, etcétera, etcétera, que lo cortés no quita lo valiente.