Lo cierto es que tengo más libros gordos y grandes de los que se puede imaginar, aunque no suelo sacarlos a la palestra porque son compendios, volúmenes corales en los que intervienen diferentes autores, que uso, fundamentalmente, para mirar estampitas, cotejar datos y estadísticas, o echar el ratito leyendo anécdotas. En casa son los «de manosear», y juro por mis zapatitos de primera comunión que alguno de los más ancianos ha precisado incluso reparación para evitar que se desencuaderne.
Obviamente mantengo un trato más especial con los otros, los pequeñajos (digitales o físicos) de los que vengo dando cuenta desde el 13 de agosto de 2015, cuando arrancamos esta serie de recomendaciones bibliográficas con el de María de Villota [La vida es un regalo].