Cuando la F1 consistía en echarle pulsos al devenir de las cosas o liarse la manta a la cabeza para deshacer nudos gordianos, Colin Chapman alumbró un vehículo cuyos ecos aún llegan hasta nosotros aunque parezca difícil de imaginar.
Corría el año 1962 cuando el mayor mago que ha habitado entre nosotros parió la idea del monocoque (monocasco), un modelo autoportante que integraba la mayoría de elementos que componen un monoplaza en el propio casco. Hasta entonces, más o menos, lo habitual era que las diferentes partes del coche (motor, depósitos de gasolina, habitáculo, etcétera) fueran alojadas en los espacios que a tal fin habilitaba el chasis, el eje ineludible sobre el que pivotaba el diseño, pero Chapman decidió que la idea que había prevalecido durante décadas no servía a sus pretensiones, de manera que nacía el Lotus 25.