En la actualidad que nos toca vivir, hay cierto empeño en enfocar las cosas bajo el prisma más oscuro posible. Si en economía y política tenemos lo que tenemos gracias a que uno tiene que decir basta ante la cantidad abrumadora de cosas serias que al parecer nos afectan y que me animaría a decir que son incomprensibles incluso para los que dicen manejanarlas con soltura; en la F1, que no puede permanecer ajena a este tipo de sinergias porque no deja de ser un enorme negocio disfrazado de deporte, de un tiempo a esta parte están aflorando una serie de figuras que tratan por todos los medios de complicar lo cotidiano con la intención de que el aficionado de a pie termine por tirar la toalla.
No está mal este empeño por separar la realidad de la siempre molesta plebe. No está mal, tampoco, que los gurúes pretendan dejar de hablar con la portera o el jardinero por aquello de no tener que dar demasiadas explicaciones, no sea que al final se les acabe viendo el plumero de que lo que realmente atesoran no son conocimientos arcanos, sino un profundo miedo a abandonar el púlpito desde el cual se asoman, porque es allí donde se sienten cómodos y seguros.