Lamento estropearles la velada, pero estoy cansado de que me llamen ciego por intentar ver lo que dicen ver otros. En cierto modo, me siento perro de presa que no quiere dejar vivo a su adversario, así que imaginen ustedes que don Stefano Domenicali, es un decir, se acerca al garaje de Sauber para recriminar a Kamui o a Sergio que hayan molestado a Fernando o a Felipe sobre el asfalto, sin que Peter el suizo intervenga más allá de lo que aconseja la situación, es decir, aportando nada salvo algunos pespuntes verbales que quedarán en agua de borrajas porque es plenamente consciente de quién manda y a quién sirve.
Marko hizo exactamente esto mismo con Alguersuari en el pasado G.P. de Corea, y salvo a unos pocos, a nadie le pareció extraño que el jefe de una casa fuese a poner las cosas en su sitio en la de enfrente, porque hemos asimilado como idiotas que Red Bull es una y trina, como la deidad cristiana, capaz de ser el exponente de la moderna F1, mientras maneja a su antojo a su filial Tori Rosso y a la motorista Renault.