No sé de qué me quejo. Conozco a uno al que la suegra lo está echando de casa para dejar sito al huevo de cuco que ha depositado una de sus cuñadas en formato sobrina veinteañera que necesita espacio y vivir su vida. Lo que le apesadumbra a él, es que la parienta política está haciéndose la orejas ante la evidencia de que a los que realmente está despachando de su lado, y de mala manera, son a su hija y su nieto, nada más y nada menos que a la sangre de su sangre, a quienes dice querer tanto, ¡con dos cogieron! Son cosas del tronco de la herencia y de los puñales que lucen a la luz de la luna también en lo genético y fraternal de la cosa cuando hay dinero de por medio, que las rentas suelen ser cosa muy seria y con ellas no se juega, y si hay que acarrear con trescientos de prole a cuenta de un marido malparado para dar pena, o partir a una hermana en dos, se cumple con el cometido con tal de prosperar en la vida, que se puede ¡vaya que si se puede!
Pero como digo, no sé de qué me quejo, vivo con mi suegra desde hace 23 años y me adora, y yo me dejo querer hasta el punto de que le tomo la tensión tempranito porque del que se fía es de mí y no del médico al que visitará a lo largo de la mañana. Y de la hija de mi cuñada que vive con nosotros ¿qué deciros?, con tres años se me plantó de frente al nacer Josu para preguntarme si la iba a seguir queriendo…