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lunes, 23 de noviembre de 2020

1913, en Guadarrama

Como mencionaba el otro día [Los hijos de Lobato], tenemos historia automovilística para parar un carro y, también, un gigantesco complejo de inferioridad que nos ha llevado a rechazar lo que en otros sitios han dado como bueno sin tantos miramientos, o sin ninguno. Luego están los críos de la nueva oleada y los gurús que son más papistas que el papa y, en definitiva, aquí somos los primeros a la hora de echarnos tierra encima, eso sí, muy escrupulosamente.

Todos los orígenes de las competiciones en las que intervienen máquinas suelen ser difusos, vaya por delante. En lo nuestro, los coches, datan de comienzos del siglo XX los primeros estándares que establecían qué era un Grand Prix y qué no, cuando en 1904 la AIACR (Association Internationale des Automobile Clubs Reconnus, más tarde FIA) asienta pautas de homologación internacional para este tipo de carreras —huelga decir que si hacía falta homologar era porque ya existían diferentes tipos de competiciones en toda Europa y se hacía preciso establecer un poco de orden.