De un tiempo a esta parte se me está llenando Twitter de seguidores que no debería estar ahí —Facebook es más adulto para estas cosas—, imagino porque están al acecho de que suelte yo alguna de esas perlas que dedico a Sebastian que me han convertido en un malvado de película para ellos, un villano que no ceja de atizar a los enemigos de Fernando Alonso por relativizar que el asturiano ande hecho un zagal de pelo en pecho por esos mundos de Dios en los que lo relativo es, ahora mismo, hablar de Fórmula 1. Vamos, que ni puta falta que hace...
Dieciséis días y unos minutos es lo que he tardado en referirme al astro de Heppenheim en Nürbu. Un poquito más de medio mes, treinta y seis entradas, para ser exactos. Y si lo hago esta tarde noche en que los gatos de Gorliz ya han empezado su ronda intentando enamorar a la luna, no es por él sino por las estupideces que ha vertido recientemente David Coulthard. ¿El alemán tendría que bajarse el sueldo...? Sí, y también debería tirarse a la vía del tren o rasgarse sus prendas en público, o mejor aún: solicitar clemencia, a la manera anglosajona, por los pecados cometidos y por los que habrá de cometer, ¡nos ha jodido mayo con las flores!