Al final no ha sido para tanto. La amenaza de unos entrenamientos a puerta cerrada se ha convertido en la posibilidad de poder observar por una rendija y, míranos, tan felices a domingo 27 de febrero, con un montón de migajas de pan en la mano que nos están permitiendo desarrollar mundos alrededor de cada vehículo.
Somos de fácil conformar. El otro día lo insinuaba: «casi con total probabilidad, estemos siendo usados por Liberty Media como carnaza para la macroexaltación de la Fórmula 1 en Bahrein, dentro de un par de semanas» [I Dreamed A Dream], y hoy quiero afirmar con rotundidad que la puerta cerrada no ha aportado absolutamente nada, más bien nos ha impedido sentirnos aficionados de verdad mientras la patrona de nuestro deporte va a regalar esa categoría a los emiratís que puedan pagarlo, aunque no sepan si los F1 llevan rueda de repuesto o no. ¿Una palurda falta de respeto...? Diría que sí.
Os leo.