La edición del Gran Premio de Alemania de 1968 ha pasado a nuestra historia deportiva por el enorme aguacero que convirtió la carrera en un peligrosísimo juego de incierto desenlace, y porque, dicen, allí mismo Jackie Stewart bautizó al gigante de las Eifel como The Green Hell.
También fue la prueba en que la gente se sobrecogía al pasar por delante de los garajes de Lotus o bajaba la voz recordando a un hombre de pequeña estatura que por primera vez desde 1961 faltaba a su cita con el Nordschleife. Hill lo llevaba mal desde España y Chapman no lograba ocultar que le costaba concentrarse y que, muchas veces, demasiadas, se quedaba parado clavando la vista en un lugar tan lejano como inasequible, donde sin duda había reconocido una silueta que le recordaba cómo duelen las entrañas cuando la mala fortuna te arrebata un amigo. Jackie Oliver no lo pasaba mejor. Sustituir a Jim no era tarea fácil, menos aún, si cabe, en un equipo que extrañaba a su líder.