martes, 8 de octubre de 2019

The home of the braves


No tengo guerras a mis espaldas como Arturo Pérez-Reverte, pero seguro que gano al de Cartagena en cenas de Nochebuena, Nochevieja y celebraciones de Santiago Apóstol, etcétera.

Sé lo que es tener cuñados, sé de su habilidad para saber de todo, y lo más peliagudo: sé cómo se especializan. Quién no ha sufrido al cuñao de estirpe que además va de enólogo y experto en caldos. A quién no se le ha pasado que la familia le manda callar porque está hablando el cuñao melómano y no hay que interrumpirle, o el Juan Mari Arzak de casa. A quién no le ha sucedido que la cuñada que hizo un cursillo de teología rápida en el Obispado grita ¡ateo! cuando se habla de Pablo de Tarso en términos poco ortodoxos.

Vaya por delante que me considero agnóstico aunque, también es verdad, un día en que se me calentaron los cascos, hice un triple desde el área contraria recitando todos los Papas a partir de que León XIII calzase las sandalias de San Pedro en 1878, o recordando que la tristeza fue pecado capital hasta que Gregorio Magno la desterró de la panoplia de vicios que llevaban directo al infierno.

Pero a lo que vamos: si un cuñao ya tiene peligro per se, si está especializado en chistes gruesos, en chistes de gangosos, de mariquitas o de otro tipo, o en cualquiera de las numerosas artes cuñadas que regalan acreditación de doctorado, dalo todo por perdido; no tientes a la suerte, no tienes nada que hacer y lo mejor es que salgas corriendo y busques refugio. Igualito que si te encuentras ante un cuñao ferrarista, que en líneas generales son más lentos de reflejos y con un poco de suerte te dejan ponerte a cubierto.

También es verdad que el ferrarismo atraviesa malos momentos quizá porque desde 2008 han pasado once años —¡sí, ganamos nuestro último Mundial de Marcas aquella temporada!—, y una parte de sus filas se ha renovado tirando de Youtube, de toneladas de Michael Schumacher, de canciones de Two Steps From Hell a cascoporro, o a base de un Vettelismo Rampante muy pasado de vueltas y subido de sacarina.

Hoy queda claro que en la rossa no basta con encender primero la luz del garaje y apagarla el último. Hay que trabajar muy duro para convencer a tanta gente como está mirando y, por muchas vueltas que le demos, uno de los dos pilotos oficiales no está hecho de esta pasta y por eso sale a rescatarlo la autoridad competente. Brawn, Ecclestone, Binotto, antes Arrivabene, el propio Montezemolo, han venido a decirnos que le regalemos ositos de peluche para que no sienta frío por las noches, en una suerte de vuelta de tuerca de lo que supone militar en Ferrari. Y es que ahora, si tú no te adaptas a La Scuderia, la de Il Cavallino debe adaptarse a ti... fundamentalmente, imagino, porque paga un pastizal por determinados servicios y hay que amortizar la operación de alguna manera.

El 14 de agosto de 1988 ya tenía empresa propia, me había casado y, lógicamente, sentí la pérdida de Enzo Ferrari porque el soberbio italiano me había enseñado muchas cosas, sobre todo a fracasar con la cabeza bien alta y a no rendirme jamás.

La italiana era entonces el legendario Home of the Braves que me había enseñado mi hermano mayor. Habían transcurrido nueve años desde que Jody Scheckter remató el Mundial de Pilotos y Gilles Villeneuve logró el único subcampeonato de su corta carrera. Ambos había traido a Maranello el último Mundial de Constructores que disfrutamos antes de que Schumacher rompiera la racha en 2000, pero la vida discurría feliz porque nos sentíamos identificados con Michele Alboreto y Gerhard Berger aunque McLaren nos anduviese dando hasta en el cielo del paladar.

Dicen que a los realmente grandes se les tasa de verdad por cómo gestionan su frustración, y mirando la Ferrari actual, es notorio que sobran cuñaos y algo falla muy dentro.

Os leo.

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