Si hace un mes escaso nos llegan a decir cómo íbamos a estar en estos momentos, nadie en su sano juicio lo habría creído, ni siquiera contemplando que ya entonces llegaban extrañas noticias de un sitio lejano llamado Wuhan...
Hoy he pasado un día malo. Echo en falta mis caminatas matinales y mis paseos a la compra sin necesidad de ponerme mascarilla y guantes de plástico, mucho menos con esa cautela que se me ha instalado en el cuerpo que me hace elegir horarios sin transeúntes ni posibles aglomeraciones en los comercios o la farmacia, y otear las calles por dónde voy a pasar como si en cualquier recodo me estuviera esperando alguien para darme un susto mortal...
La rutina también se hace pesada. Ducharme, lavarme las manos antes y después de cualquier circunstancia cotidiana, tomar la temperatura a Amama por la mañana y a media tarde... Todo bien, me digo, menos el silencio que nos rodea, que ha hecho que Eileentxu esté más nerviosa que de costumbre y que los gatos de casa se pasen media jornada intentando saber qué pasa más allá de los cristales de las ventanas, porque algo ocurre que no sucedía hace unas semanas. No se oye a los chiquillos yendo a la ikastola o volviendo cogidos de la mano de sus aitites. Apenas circulan coches y los pájaros trinan más sonoros que antes... Sí, se percibe una sensación extraña en el ambiente.
Soy un privilegiado, lo sé. Vivo en una población pequeña a la que ya han llegado las mariposas. Si afino la oreja puedo escuchar el rumor del mar batiendo la arena de la playa y, en cierto sentido, continúo conectado al mundo. No puedo quejarme, pero hoy he recogido las medicinas mensuales de mi madre y Osakidetza, nuestro servicio de salud, le ha dispensado material para tres meses y Jon me dice que que está sucediendo con todos los jubilados. Abril, mayo, junio...
Más allá de los debates infestados de odio, irracionalidad y buenos y malos, esto va para largo y no sólo aquí ni gracias a Sánchez ni al bueno de Fernando Simón. El coronavirus nos ha pillado en pelotas y ya campa a sus anchas en los todopoderosos Estados Unidos de Norteamérica, teóricamente la nación mejor preparada para este tipo de contingencias, pero la Indy 500 se nos retrasa al 23 de agosto porque resultaría arriesgado celebrarla en mayo. Junio, julio, agosto...
Disculpadme el tono bajo... incluso los optimistas necesitamos algo de descanso.
Os leo.
Disculpadme el tono bajo... incluso los optimistas necesitamos algo de descanso.
Os leo.
3 comentarios:
Maestro, decía alguien que un optimista es un pesimista mal informado. Yo soy uno de esos optimistas.
Esto, como bien dices, nos ha pillado en pelotas, sobre todo a los que peinamos canas, que creíamos que ya pocas cosas nos podían sorprender.
Ánimo y al toro.
Abrazo grande desde Tenerife.
Anímos Josete. Hay que aguantar y "tragar".
Un saludo,
José Miguel
Vendrán más días malos y noches peores.
Pero igual que si hace un mes escaso nos llegan a decir cómo íbamos a estar en estos momentos nadie en su sano juicio lo habría creído, ni siquiera contemplando, ahora, pese a las perspectivas de negras nubes y velas rotas que acompañan nuestro navegar, dentro de no tanto estaremos mejor de lo que todos creen.
Porque para eso clavaremos rodilla en tierra, cerraremos filas y plantaremos cara a cualquier ente biológico o económico que amenace a nuestra gente.
Todos aquellos que nos escondemos cansados de continuas derrotas abandonaremos nuestro retiro porque los nuestros se merecen que luchemos una última batalla.
Y si estos momentos de debilidad se repiten, simplemente piensa que es lo que toca, que velar armas preparando el combate siempre ha sido difícil pero que pase lo que pase, no estás solo.
Un saludo
Sr. Polyphenol
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