Hay algo mágico en el Hermanos Rodríguez que nos apabulla cada vez que la Fórmula 1 recala allí. Esta mañana, muy tempranito, cruzaba unas palabras con un amigo periodista (de los serios, no como yo), y concluíamos que la palabra que mejor define lo que pasa en México es deshinibición.
Los mexicanos adoran nuestro deporte porque les importa un pimiento ser de Kimi en las gradas o en el piso, de Lewis, de Sebastian, de Max, de Fernando, por supuesto de Checo. Son reyes y reinas de sus anhelos e ilusiones, y lo exteriorizan sin sentirse coartados. Y su bullicio resulta siempre coral y cristalino, sin mentiras; monumental como los gigantes pintados por Siqueiros o Rivera...
En Europa y en el mundo anglosajón hay como miedo a mostrar las enaguas. No se puede ser de Ferrari en las gradas o sobre el suelo, ni de McLaren, ni de Williams, ni de Sauber, ni por supuesto de Force India. Hay que guardar las formas, evitar como sea que se note que en cada aficionado late un corazón que empuja una sangre de diferente timbre de aquel que tiene asiento a su lado. En la intimidad sí, pero en público no.
Y claro, en México toda esta soplapollez salta por los aires y el ser de alguien, de un piloto o una escudería, se convierte en una nota de color que se suma a las otras y se pierde, también, para dejar de ser particular y convertirse en grupal con absoluta naturalidad. Y el grito que surge es descomunal y a uno se le ponen los pelos de punta sin necesidad de haberse tomado dos copas de whisky o seis cisquillos de tequila.
¿Cómo puede ser? Joder, si está claro: la diferencias en México no son un problema sino un suma y sigue. La pluralidad es el auténtico fenómeno. Ser de quien te plazca y compartir taco y refresco con otro aficionado con querencias diferentes. Ahí está la magia, en que la deshinibición no penaliza en el Hermanos Rodríguez, como sucedería en Montmeló, Hockenheim, Silverstone o Albert Park.
Los japoneses son parecidos aunque de diferente cultura, obviamente. Tambien se deshiniben y por eso Suzuka o Fuji son alegría a raudales. La Fórmula 1 es una nación donde tienen cabida todas las diferencias. Los rancios que ponen fronteras y se sorprenden por estos milagros son los que sobran. En la intimidad sí, pero en público no, ¿y por qué no si en México funciona?
¡Que viva México! Os leo.
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