martes, 16 de octubre de 2018

Juana y el mar


A estas horas la brisa acaricia las ramas de los árboles y sus hojas mientras susurra tu nombre, Juana. El otoño llega tarde pero en su retraso no ha podido evitar que te hayas ido el mismo día en que perdí a la mujer que más profundo ha marcado mi vida, mi abuela María. 16 de octubre, todavía, y el mar se abre paso entre los bosques de Asturias como hace cuarenta y cinco años batía los tejados de Santurce...

Mismito ahora pienso en la extraña alianza que mantengo con tu hermano. Apenas sabe que existo pero se lo disculpo porque es de ciencias, aunque maldigo la hora en que no has podido esperarle. 

José Antonio, vuestra madre, vuestro padre, y ahora tú... Perder alguien querido es duro, muy duro, pero más cuando estás lejos y no hay tiempo ni lugar para ese último sujetar la mano del que se va, acariciarle la frente o dedicarle un postrero te quiero que sintetice aquello que se ha vivido hombro con hombro, las cosas que quedaron apuntadas en el debe o en los restos de tinta que no recogía la pluma, las esperanzas, los sueños, lo que jamás nos atrevimos a decir, los perdones que duermen en el zurrón de las cuentas pendientes hasta que llega el mar y nos lo arrebata todo...

Soy el bardo de la familia pero no sé siquiera si Cata y mi hijo lo saben.

Escribo de noche porque la oscuridad tiene el don del silencio y la calma. Creo en el más allá, y sé que allí te encontraré para que hablemos de nuevo, Juana, como en la boda de Sara y Ryan... Hasta entonces, permíteme que te dedique unas líneas mientras escucho cómo el aire acaricia las copas de los árboles y recita tu nombre, hoy, mientras el mar de la vida te lleva lejos para desconsuelo de los que te sobrevivimos y te vemos partir a pie de playa, sabiendo que tuvimos la inmensa fortuna de conocerte.

Corazón. ¡Espéranos...!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tranquilo, Jóse, hoy el mar está en calma, y, por cierto, sí lo saben, pero no te lo dicen, la vida es traviesa, ya lo sabes!