Es muy habitual encontrar argumentos a favor de la Formula E que aluden a los entornos urbanos donde se desarrollan las carreras, a la repercusión del propio evento en ellos. Por descontado, a la novedad de la propuesta y al magnetismo que produce entre la plebe que se mencione la excelencia tecnológica, en este caso eléctrica, en conjunción con la homeopática sostenibilidad ecológica.
Lo más puestos te hablarán también del bajo costo (relativo) que le supone a una marca participar en el campeonato y al indiscutible buen retorno de su inversión en términos de imagen. Además, está el plano deportivo: los coches no corren demasiado pero siempre hay pelea en pista, accidentes, incidentes, incertidumbre e intensidad competitiva...
Espero no haberme dejado nada en el tintero, pero este relato de circunstancias favorables, totalmente favorables, no han logrado que se visualice ningún milagro.
Es cierto que la Formula E todavía es joven y que las cosas llevan su tiempo, más, si cabe, si las pretensiones son altas.
La promesa de participación de grandes nombres de la fabricación de automóviles está ahí, pero queda por ver si llegan para quedarse y qué sucederá si deciden irse cuando se hayan olvidado los ruidos del Dieselgate y las emisiones de CO2, etcétera. En todo caso, que es a lo que vamos esta mañana, la Formula E no ha conseguido quitarse de encima el sambenito de outlet, sensación agravada con la reciente incorporación de Felipe Massa al elenco de pilotos participantes para el próximo campeonato, y ahora, con la de Susie Wolff como jefa deportiva del equipo Venturi.
No estoy desmereciendo nada, hasta ahí podíamos llegar. Trato de concretar que la Formula E parece que no tiene intención de salir de la hipérbole constante, al menos en un tiempo prudencial. Vive del hype, consume hype y vende hype, y la inercia apunta a que el formato de Alejandro Agag pretende estirar cuanto le sea posible esta especie de adolescencia perpetua en la que todo el mundo está superfeliz de la muerte.
No me parece mal. A ver, el dinero manda y está bien que ideas como ésta se vayan consolidando a golpe de talonario e intereses, porque, a fin y a cuentas, no dejan de ser un negocio más. Lo que me preocupa del asunto es que la suma sencillez del planteamiento Formula E no da muestras de querer complicarse la vida ni tanto así. Vender felicidad parece cojonudo si te la compran, pero de felicidad también se muere, no hay que olvidarlo, aunque al finado no le borre nadie la sonrisa.
Os leo.
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