Su nombre puede no deciros gran cosa, pero George Cosmo Monkhouse es uno de los principales artífices de que las carreras de coches se acercaran a un público que no visitaba los circuitos.
No era piloto, era fotógrafo. Mejor dicho, era un alto responsable de la marca Kodak que gracias a sus contactos y al enfoque y plasticidad de sus fotografías, consiguió en 1937 que Mercedes-Benz le dejase formar parte de su séquito en los Grand Prix, lo que le permitió inmortalizar instantáneas irrepetibles que serán mundialmente reconocidas desde las paredes donde se exponen y las páginas de los libros que llevan su nombre en portada.
Monkhouse se convirtió en especialista de pruebas de monoplazas mientras acompañaba a su amigo Richard Seaman —el primer británico en pilotar para la de tres puntas [Water shows the hidden heart]—, y desde su atalaya retrató como nadie los finales años treinta del siglo pasado a pie de trazado, cuando la Alemania nazi había apostado claramente por amplificar su ideario y su concepción de la realidad a golpe de talonario y victorias de los Auto-Union y, por supuesto, de los bellísimos Mercedes-Benz que conducían Caracciola, Rosenmeyer, incluso el bueno de Dick.
Tampoco olvidó su principal faceta como ingeniero de fotografía, y ayudó a desarrollar películas e incluso tecnología para la obturación de las cámaras de entonces o para mejorar sus lentes.
Monkhouse, cuyos encuadres son inmortales, murió un ahora lejano 23 de abril de 1993, viernes previo al Gran Premio de San Marino de aquel año, pero su enorme legado aún permanece.
Os leo.
Tampoco olvidó su principal faceta como ingeniero de fotografía, y ayudó a desarrollar películas e incluso tecnología para la obturación de las cámaras de entonces o para mejorar sus lentes.
Monkhouse, cuyos encuadres son inmortales, murió un ahora lejano 23 de abril de 1993, viernes previo al Gran Premio de San Marino de aquel año, pero su enorme legado aún permanece.
Os leo.
1 comentario:
Oh! los ingenieros...
;)
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