lunes, 4 de junio de 2018

Mr. Mónaco


El rollo este de La Triple Corona surge del personaje de más arriba, que ni tenía pensado coronar tamaña hazaña ni imaginaba la trascendencia que traería consigo.

Graham Hill es un tipo normal aunque un poquito peculiar. Quiere ser piloto de carreras sin saber muy bien en qué consiste eso. Se mete a mecánico e insiste y persevera en su sueño hasta que Colin Chapman le da una oportunidad. Y en ese preciso instante se hace como se podría haber hecho en cualquier otro sitio u otro momento.

¿Fortuna? Yo diría que hay algo más en los inicios del de Hampstead en el automovilismo. Hill es un cualquiera hasta que Chapman le da la alternativa. A partir de ahí el Graham anterior desaparece para dejar paso a un Graham diferente. Hill tiene lo que quiere pero es consciente de que debe llegar más lejos que nadie, pero tiene a Jim Clark enfrente y eso supone un problema. No es que se sienta inferior al escocés o que no sepa tomarle la medida, es que el reglamento favorece a los que son como Flying Jim. Él debe esperar y si hay algo que sabe hacer le protagonista de esta entrada es esperar.

A bordo de BRM, Hill encuentra el campo abonado a sus virtudes. Sumar, sumar y sumar, aunque sea un miserable punto. Sumar siempre, lo que viene siendo la consistencia que elevarían a los altares Niki Lauda o Alian Prost. Y Graham sabe hacerlo, sabe conseguir ése sumar miguitas que hacen un campeonato, y lo cierto es que lo consigue dos veces.

Pero Hill va más allá de esa imagen con bigotillo que ha trascendido. Incluso va más lejos de aquel amor paternal que sintió por Tony Brise, que les costó la vida a los dos en accidente de avioneta [Y sin embargo, amigos]. Más lejos y lejos, incluso, de lo que ha sabido prolongar Damon, su hijo.

Era un piloto dócil en el mejor sentido de la palabra, en su sentido bueno, vamos. Debía mucho y en la medida de sus posibilidades correspondía sus deudas siendo el mejor en pista sin preguntar jamás por qué, dónde o cómo. Y la vida hace el resto con e´l. Y vence cinco veces en Mónaco porque en Montecarlo no hace falta ni ser el más rápido ni el más espectacular. Bastaba ser el más eficiente, como cuando su coche se va a la escapatoria y él se baja y lo devuelve a base de riñones a la pista para continuar en carrera y conseguir la victoria.

Graham se deja hacer, tanto que cuando Chapman le propone como candidato a la Indy 500, el británico ni frunce el ceño. Va a las Américas y hace lo que ha hecho siempre: ir rápido y limpio, proteger la mecánica y llegar lo más alto posible, lo que en Indianápolis le supone ganar.

Y cuando está en tiempo de descuento, cuando todo le viene de lado o de espalda, el marido de Bette encuentra una nueva oportunidad y la aprovecha como ha hecho siempre [Una segunda oportunidad], sencillamente porque ése era su trabajo y lo amaba.

Graham Hill nunca buscó La Triple Corona. Para ser exactos, Juancho Montoya tampoco la ha buscado, y eso que anda bien cerquita de conseguirla.

La busca en la actualidad un asturiano que la ha recobrado para todos nosotros. Y es que sin Hill y sin Alonso, la historia ésta pasaría tan desapercibida como tantas otras.

Graham Hill, ¿quién es ése? Mister Monaco, una leyenda no buscada. Así, tal vez, se hacen las cosas. No sé, quizás antes todo resultaba más etéreo y más natural, pero lo que resulta claro como el agua es que Mr. Mónaco sólo hay uno y Triple Corona también sólo hay una. Aunque anda por ahí un jodido español que quiere reventar el partido a partir de 2018.

Os leo.

2 comentarios:

anonimo dijo...

Es que los pilotos "normales" tienen poco marketing. Lo de "normales" va entrecomillado; recordemos que en esas épocas el mérito no era únicamente ganar un GP o un campeonato sino sobrevivir al intento.
El espíritu de la afición se los llevan los vistosos: Los Senna, Gilles, Peterson, Clark, Stewart; tengan o no buenos resultados son amados por las multitudes.

Elín Fernández dijo...

Muy buena entrada José y que bien escribe.