miércoles, 17 de abril de 2019

Manuel Alcántara


Qué bien suena lo que suena bien...

Los restos del Macallan 12 años que me regaló Ernesto por Navidades, servidos en vaso ancho, casi tres dedos sin hielo. La Stanwell Calabash bien aprovisionada con tabaco de hebra Mac Baren Mixture, encendido con cerilla, sin prisas. En los oídos Jim Parker. Levántense, damas y caballeros, háganme el favor, voy a despedir a uno de mis maestros...

Dicen que el día de tu muerte eres mejor que los anteriores. Más alto, más bueno, más bello, mejor persona, mejor artista, poeta o prosista, o cronista en diarios. No lo sé, todavía no lo he probado. Lo que sí tengo por cierto es que la vida hace extraños compañeros de viaje y que don Manuel ha sido uno de ellos; junto a Umbral, en nuestra lengua, el español, seguramente el que más me ha regalado sin esperar recompensa.

Por fortuna para los dos no me hace falta referirme a él en pasado extendido porque Alcántara lleva siendo referido en Nürbu desde casi sus inicios como blog, la última vez hace unos días escasos. Un referente es eso precisamente, alguien en quien te apoyas para dar sentido a tus palabras, alguien a quien prácticamente lees en exclusiva cuando coges El Correo para que te acompañe durante el desayuno en el Argintxe o el Portalena; alguien a quien quieres desde la lejanía, desconocido pero patente, a quien necesitas porque a lo genuino hay que cuidarlo, mimarlo, necesitarlo aunque, como es mi caso, cada vez se haya ido volviendo un ejercicio más a desmano porque los medios hace siglos que dejaron de ser lo que eran sus periodistas, sus articulistas y columnistas, hoy opinadores en la neolengua que pringa nuestra cotidianidad.

Manuel ha muerto sin despedirse porque las despedidas son siempre cosa de perdedores, que diría él.

Unos meses mayor que mi madre, hoy nos ha dicho adiós, pero siento que es tan sólo un hasta luego. Con Alcántara nunca se sabía, la verdad. Escribía porque era lo que le gustaba hacer, daba lo mismo el tema o el propósito. A mí, que no me encandila el boxeo, y como ejemplo, me enamoraban cuando adolescente las crónicas que hacía para el ABC Enrique Gil de la Vega, «Gilera», pero me llevaron al interior de las cuatro esquinas de un cuadrilátero las líneas de Alcántara en La edad de oro del boxeo [15 asaltos de leyenda] —conocí a Liebling algo después—. A los tres les debo esta grave contradicción que supone odiar un deporte por inhumano pero ser incapaz de resistirme a una buena crónica de un combate en la que acabas oliendo a linimento y al acre metálico de la sangre de los púgiles. El mensaje y el medio, la misma dicotomía que resolvía Marshall McLuhan hace edades.

«No he conocido a nadie al que le hayan salido a gusto sus planes.» Yo tampoco, Manuel, aunque estoy contigo en que «es una cabronada tener que despedirse.»

Buen viaje, Maestro, seguiremos cuidando del fuerte y, a partir de ahora, continuaré buscando tu columna en la última página de un periódico que se llama así porque tu generación dio sentido al periodismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El primer mandamiento del articulista es No aburrir ni a Dios sobre todas las cosas.

Igualito q ahora.



https://www.elcorreo.com/culturas/alcantara-momentos-20190417160141-nt.html



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