martes, 5 de febrero de 2019

La alegría riojana


Dicen que el que no se consuela es porque no quiere, y la verdad es que no quiero. De todos los circuitos que no echaría en falta de nuestro actual calendario, va Bakú y acaba de renovar hasta 2023 haciendo bueno lo que escribí hace una semana [El plan B de Liberty].

También hacen bueno aquel texto las últimas declaraciones de Chase Carey [Liberty responde a las extrañas recientes críticas de los promotores] y, en general, que las cosillas de la silly season suelen durar menos que un globo en una fiesta de cumpleaños. Se las ve llegar aunque, lógicamente, hay quien se pierde el avistamiento hasta que el destrozo es irremediable.

Y bien, veníamos de la mano de Bakú y su flamante renovación, y pretendía echar el ratito hablando sobre las discusiones que se han suscitado a cuenta de un hecho totalmente irrelevante para lo que supone nuestro Mundial, ya que para el caso daría lo mismo que se disputase una prueba en la capital azerbaiyana que en los alrededores del monte Serantes de Santurtzi.

Bueno, hay quien se ha dedicado a resaltar las bondades de Bakú como trazado y quien, como yo, preferiría el hipotético sueño santurtziarra o cualquier otro, tampoco vamos a ponernos espesos con esto. Y es que los circuitos ya no son lo que antaño, ahora se han convertido en una oportunidad de negocio que cuando se apalanca, como es el caso, acaba resultando beneficiosa para el espectáculo, para quienes los nutren de contenido y, por supuesto, para la estabilidad del cotarro. En este sentido, supone una buena noticia que Azerbaiyán continúe al menos hasta 2023.

Liberty Media está trabajando en conseguir la mayor estabilidad posible y los circuitos tienen una relevancia increíble porque aportan dinero a las arcas comunes y porque sin ellos no serían posibles las retransmisiones. Bernie veía en ellos oportunidades sólo crematísticas, pero al parecer la norteamericana maneja otras ideas al respecto. Nosotros, los aficionados, seguimos importando muy poco. Tragamos lo que nos echen siempre que las carreras resulten pasables, incluso si acaban siendo truños soporíferos, y ya si nos dan premio, casi mejor que ni hablamos.

Ahora bien, Bakú sigue siendo una puñetera ratonera que dispone de dos o tres puntos fuertes para el show, no más, pero aterricemos, allí, la sustancia del espectáculo depende más de las tanganas, los accidentes y los incidentes inesperados, que de valores puramente automovilísticos.

A pesar del rechazo que escenificamos en público cuando alguien se apropia del morbo, éste nos tira más que un tonto una tiza, y en cierto modo es natural que así suceda. En todo caso, Bakú no sería otra cosa que un trazado urbano más sin la omnipresente sensación de que en cualquier momento alguien se la va a endiñar o va a dejarse medio coche en unas protecciones, un poco como esos platos anodinos que se salvan porque el cocinero ha decidido ponerles unas tiras de alegría riojana.

Os leo.

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