Siento debilidad por los coches de carerras que llevan el motor dispuesto de manera adelantada al habitáculo. Quizá todo se deba a que me enamoré en su día del majestuoso Mercedes-Benz W154 y no he sabido dejarlo a tiempo, o a que para jugar al scalextric siempre he preferido el Panoz LMP1 de la marca Fly al que tanto le gustaba levantar la patita a la entrada de las curvas, para impedirme así saborear alguna que otra bien merecida victoria que nunca llegó.
Bien es verdad que mi Panoz es negro y viste el número 13, como el Lotus de Pastor, y que esa pueda ser la razón de mis abundantes fracasos en el noble arte de conducir cochecitos eléctricos, pero sinceramente, prefiero pensar otra cosa mientras persevero en dejarme mecer por las sugerentes formas del modelo americano. Sí, los vehículos con motor delantero me encandilan una enormidad, sobre todo si son bonitos, no sé si me entendéis.
De mi última etapa ligado al mundo de la Resistencia, me queda un montón de debilidades listas para correr en cuanto encuentre nuevo grupo de amigos. Era finales de siglo, mi chaval y mis sobrinos se desparramaban como podían en eso que se llama adolescencia o preadolescencia, y me animé a entretenerlos entonces jugando juntos a ser pilotos siquiera durante el verano o alguna fecha señalada.
Me las ingenié para restaurar la parte de mi primer circuito que había quedado en mis manos, adquirí más metros, y me fui haciendo mientras tanto con una bonita panoplia de vehículos a escala 1/32 a los que fui retocando en su parte mecánica para que todos corriésemos si no en las mismas condiciones, al menos sí en parecidas.
Pero aquello duró poco. Montar un circuito por piezas es lento. Cuidar de las curvas, aburrido, y los críos me fueron dejando más sólo que la una porque en la PlayStation venía todo hecho, no había que esperar y además, la sensación de realidad, aunque virtual, era infinitamente más real que la que les proponía su tío.
De aquello salió una bonita colección de carteles por la que cobre una pasta, que a modo de esbozos —muy trabajados, hay que decirlo—, sirvieron para que yo aprendiera Photoshop como por un tubo, y que para que junto a un amigo que trabajaba en la imprenta de la que recibí el encargo, intentásemos cazar a un cliente de sector de la juguetería, al que por el poco caso que nos hizo posteriormente, seguramente también le gustaba más la consola que soñar despierto.
En fin, huelga decir que el Panoz LMP1 fue protagonista indicutible de alguna de mis más hermosas propuestas. Era fino y armonioso, aún lo sigue siendo, aunque trasladaba perfectamente esa sensación de músculo tan característica de los mastodontes USA. Con eso y con mis otras debilidades me quedo, que no es poco, no sé si me entendéis.
Os leo.
2 comentarios:
Me tenias ganado, José, pero cuando nos recuerdas tus experiencias con el Slot, me tendrás fiel de por vida :))
A ver cuando juntamos circuitos y cochecitos y te cuento las mías.
Un abrazo y ¡ánimo!
Me apunto a las dos cosas. A que nos tienes ganados, desde hace muuuuchoooo tiempo y, of course, a lo de juntar pistas y disfrutar de los "cochecitos".
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