jueves, 29 de noviembre de 2018

José Carlos


Estoy de rescate de olvidos. Quise hablar de Pace después de recordar a von Opel [Rikky von Opel] pero no sé qué coño pasó que no pude hacerlo, y hace nada, aprovechando la disputa del último Gran Premio de Brasil, cuando eché unas líneas sobre Fittipaldi, Senna y Piquet, también lo intenté aunque vaya usted a saber qué lío se cruzó en mi camino que me lo impidió. 

Hoy toca. A noviembre le quedan dos tardes y nuestra actualidad se arrastra por el suelo como una serpiente borracha. Así las cosas, mientras se elevan las voces que acusan de arrivistas a los que han comenzado a descubrir la Rolex 24 at Daytona y empiezan a hablar de los héroes IMSA, me pregunto qué coño toma esta gente como desayuno que ve tan mal que un espectáculo de este tipo llegue a manos de más aficionados. ¡Nadie os va a quitar vuestro tesoro, hombres y mujeres de Dios...! 

Estábamos apañados si cada vez que alguien habla de bacalao me pongo a darle clases magistrales sobre la historia de la pesca del bendito gádido (que puedo), o si cuando se habla de las decoraciones de los monoplazas, me tiro el pisto y desenfundo mi dilatada experiencia en el sector de las Artes Gráficas o desempolvo mi título de Bellas Artes y mi trabajo de fin de carrera sobre la obra menor de Georges Braque. ¿No conocéis a Braque? No os agobiéis. Tampoco si sólo disfrutáis del bacalao al pil pil o al Club Ranero o con cualquiera de las abundantes recetas españolas, o portuguesas —mi maestro en esto las consideraba infinitamente superiores a las nuestras...

Me estoy distrayendo y no quiero. La cosa está parsimoniosa pero insiste en los tics de siempre, y esta mañana me apetece charlar sobre José Carlos Pace porque si algo tiene la vida es que te enseña que por muchos galones que tenga tu ídolo preferido siempre existe otro, desconocido, que los merecía más pero la historia fue injusta con él y tal.

Nuestro recurso habitual es Gilles Villeneueve, un tipo que jamás ganó un Mundial pero ha quedado grabado en la retina del aficionado medio como quizás el mejor piloto de todos los tiempos, seguramente porque los números sólo explican una parte de la realidad, no toda. 

José Carlos pertenece a este linaje. Tuvo la bendición de la muerte temprana, si se puede decir así, pero si hablas con aficionados brasileños te recomiendo que jamás olvides al primer gran paulista porque para muchos de ellos está al nivel de Ayrton. Emmo puso a Brasil en el mapa del automovilismo deportivo mundial pero Pace era un semidiós sobre mojado o sobre seco, veloz como el diablo. Nelson jamás le llegó a la suela del zapato, por carisma, fundamentalmente, porque mira que también era bueno el mamón cuando competía. 

El de Río de Janeiro era excesivamente tendente al histrionismo y esto no encajaba del todo con la percepción del mundo de las carreras que tienen allí. José Carlos sí. Lo tenía todo o casi todo para haber sido uno de los más grandes. Lo adoraba Fittipaldi y lo idolatraba Bernie... Pena que un 18 de marzo de 1977 nos lo arrebatase el destino involucrándolo fatalmente en un trágico accidente de avioneta.

Brasil puso su nombre al circuito de Sao Paulo y sus restos descansan junto a los de Senna. Ahí no alcanzan los números, sin duda.

Os leo.

1 comentario:

anonimo dijo...

Buen recuerdo, Jose. El exitismo nos lleva a contabilizar detalladamente los campeonatos de Lewis o Michael, pero vale también recordar a quienes no fueron favorecidos por los números. Tengamos en cuenta que en aquellos días era habitual para los pilotos encontrarse con la muerte... dentro del coche; lo de Pace (sobrevivir a las competencias y terminar muriendo en un avión) es por demás inusual.