He sufrido suficientes batacazos en la vida como para saber perfectamente a qué sabe la soledad. No esa sensación que aflora del estar solo, que dicho sea de paso, a veces incluso viene de perlas disfrutarla un poco; no, me refiero a la otra, a esa que surge de los que te dan la espalda, de los que no quiere saber nada contigo, de los que te cambian por algo mejor simplemente porque has dado con tus huesos en el suelo y tus dientes están llenos de sangre y polvo.
No es un ejercicio recomendable, desde luego, pero considero que viene bien darse algunas hostias de vez en cuando. Sabes que eres mortal y que el juego va en serio, pero fundamentalmente, aprecias cuáles son tus límites y en la próxima ocasión que te enfrentes a ellos tendrás medio camino hecho.
Ferrari se ha dado un boinazo descomunal en 2018. El SF71H podía haberlo hecho. Dicen que es la mejor máquina de los últimos años, pero comenzaron a torcerse las cosas y hemos acabado comiéndonos un colín. Hoy resulta sumamente sencillo dar la espalda a la rossa, pasarse a la eficiencia anglo-germana, creer a la prensa british que no llegaría a fin de mes si no tuviera Manarello a mano. ¿En qué mirarse; dónde mirarse si no es en la de Il Cavallino? ¿Cómo puedes parecer limpio como una patena si la italiana no hace trampas? ¿Cómo puedes resultar creíble en Fómula 1 si no vences a Ferrari...?
Como diría mi buen amigo Joserra, La Scuderia es el drama en nuestro deporte y si fuese por mí, debería cobrar a fin de campaña un bonus X2 por los grandes momentos que nos brinda, bien porque no llega, bien porque lo jode todo con las patas de atrás, no como Brackley, que siempre acierta.
Luca Cordero di Montezemolo convirtió todo esto en una religión porque sabía de primera mano que no le llegaba ni a la suela de los zapatos a Enzo. Cuando te falta correa para llevar a tu pueblo a través del desierto mejor es que crea en la Tierra Prometida.
Las quimeras son útiles porque mueven a los seres humanos hacia lugares imposibles. Luca, nuestro gran profeta, había leído a Homero, a diferencia de Sergio Marchionne y Maurizio Arrivabene. Entre sus trajes de hilo y sus corbatas de seda, trascendía el sumo sacerdote del Templo de Apolo y es por ello que se pilló a un asturiano para hacer de Ulises en la Odisea que enfrentó a la mítica contra Bernie Ecclestone. Si había que cruzar el Mediterráneo y reventar la maldición de Poseidón de no volver a Ítaca, mejor apostar a lo grande...
No me enredo. La prensas británicas y alemanas caminan en círculo alrededor de las murallas de Maranello con la intención de hacer sonar sus trompetas y derribarlas como las de Jericó en la Biblia.
La italiana, peor que la española para estas cosas, más caliente, más meridional, reclama sangre y solicita que caigan cabezas, y en el barullo lo ñúes vettelistas han visto oportunidad para pasarse al verstappenismo o al hamiltonismo. Il Cavallino Rampante y su herencia les importan un carajo, pero más allá del humo estamos los de siempre, los que sabemos que entre la realidad y sus ruinas, y las maquetas, los pósteres, las gorras y camisetas que hemos regalado a nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros sobrinos o sobrino nietos, quedan los integrantes de la vieja guardia, que en momentos como éste golpean sus escudos con sus lanzas y espadas gritando Forza! a pesar de la derrota.
Somos pocos, para qué vamos a engañarnos, pero suficientes para aguantar el trallazo porque en Fórmula 1: eres de Ferrari o no eres nada.
Mañana o pasado mañana empezaré a criticar a Maurizio y a Sebastian, dadlo por seguro, lisa y llanamente porque toca, y porque pienso que no hay que volverse ciego para defender una idea, cualquier idea. Mostrarse crítico es mostrarse inteligente. Soy la oveja negra del ferrarismo, pero a estas horas de lunes posterior al Gran Premio de Brasil, puesto que hay pocas voces que se han levantado para que en Maranello atempere el frío que hace en su seno, quiero encencer la lumbre yo: Forza, Ferrari! ¡No estás sola. Ni ahora ni nunca!
Os leo.
Mañana o pasado mañana empezaré a criticar a Maurizio y a Sebastian, dadlo por seguro, lisa y llanamente porque toca, y porque pienso que no hay que volverse ciego para defender una idea, cualquier idea. Mostrarse crítico es mostrarse inteligente. Soy la oveja negra del ferrarismo, pero a estas horas de lunes posterior al Gran Premio de Brasil, puesto que hay pocas voces que se han levantado para que en Maranello atempere el frío que hace en su seno, quiero encencer la lumbre yo: Forza, Ferrari! ¡No estás sola. Ni ahora ni nunca!
Os leo.
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