A poco que nos descuidemos nos caen encima las Navidades. No es algo preocupante, sucede todos los años. Te llenas de promesas por cumplir a poco de estrenar enero y, sin apenas darte cuenta, te plantas a mediados de junio con la mayoría de deberes por hacer...
Las 24 Horas de Le Mans suponen un recordatorio anual, la esquinita soleada del patio donde hace piernas el preso y llena sus pulmones de aire limpio, dando vueltas sobre el cemento.
Sí, La Sarthe es la horquilla del Gilles Villeneuve, L'Epingle, el lugar donde deberían terminar todos los Grandes Premios canadienses, por romper la rutina, mayormente, por evitarnos el trago de acabar siempre con la lengua fuera, y hacerlo, por una vez siquiera, tascando freno y reduciendo marchas porque después del final sigue quedando trayecto por recorrer, nuevas promesas que hacerse sabiendo que apenas cumpliremos alguna.
Nos acercamos al gigante francés, pero llegará el lunes como Paco con la rebaja y posaremos nuestra vista, nuestros anhelos e ilusiones, en la edición de 2025, y seguirá sin pasar nada.
Os leo.
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