No me miréis porque no soy buen ejemplo de casi nada; bueno, de nada, que queda aún más diáfano y certero. Nürbu tampoco sirve. Se torcieron las cosas un lejano 3 de agosto de 2007 y, la verdad, no he tenido tiempo ni ganas de arreglarlas.
No, ni el blog ni yo servimos para ganar seguidores en redes sociales. Para este propósito hace falta codearse con gente seria que disponga de buenas referencias y amistades de altura —id buscándola, que hay que decirlo todo—, que hable recurrentemente del pretérito del deporte, con especial énfasis en los setenta u ochenta del siglo pasado, y lea la Autosport y la Motorsport, contrastando la veracidad de la información con lo que asegura la prensa inglesa, of course!
Somos una pésima referencia por llegar a todos los sitios demasiado temprano. Hoy, por ejemplo, se trata de sustantivar la valía de Sebastian Vettel conduciendo un pepino porque todo gran piloto siempre ha tenido un gran coche y tal, pero nosotros sabemos que los sofismas gastan pies de barro y la realidad suele ser bastante diferente, pues la calidad de un piloto se mide en las cochambres que le toca conducir y en las condiciones en que es capaz de sacar la cabeza donde otros naufragan, literal y figuradamente.
Vienen tiempos divertidos. Os conté hace mucho que la única diferencia entre presa y cazador consiste en que sólo uno de los dos conoce cuál va a ser el próximo movimiento del otro. Lewis se prevé que tenga un buen monoplaza en 2024, pero este Mundial será de Max porque, de los dos litigantes al título, es el único capaz de sacar astillas a un hierro, sin llorar, y lo dejo escrito tal día como hoy para que dentro de once meses recordemos juntos que siempre hay otra forma de apreciar las cosas y no hace ninguna falta que la santifiquen las biblias del motorsport, pues para verlo únicamente hay que tener dos dedos de frente y algo de cultura automovilística.
Os leo.
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