Confieso que no sé qué coño significa la palabra nativo/a aplicada a según qué contextos, aunque puedo llegar a imaginarlo, precisamente analizando el contexto de los cogieron, como nos enseñaba el bueno del Hermando Luis en el colegio.
Me alcanzan las luces para entender eso de las aplicaciones o los contenidos nativos, pero se me empiezan a fundir los plomos cuando leo que menganito o zutanito son nativos de Facebook, por ejemplo. Y es que se lee, no me lo estoy inventando, sobre todo en las revistas cool que acompañan a los otrora diarios serios, desde cuyas páginas se nos indica cómo vivir, cómo lucir más bonito, cómo cenar adecuadamente, cómo hacer pis sin salpicar, cómo cuidar de una amistad, cómo educar mejor a nuestros hijos, cómo hacer el amor y... en fin, como ser más gilipollas de lo que somos, en definitiva.
Me pregunto si esa gente en la que se apoya tanto consejo ha nacido en una cuenta de una red social, si allí la alumbraron sus padres, si existe fuera de ella o simplemente estamos ante un nuevo giro de guión enfocado a evitar que parezcan idiotas porque eso es lo que son en realidad...
Me estoy distrayendo y no quiero. En nuestro amado deporte ya están aquí los nativos formuleros, o mejor dicho: ya estaban aquí porque, la verdad, acabo de darme de bruces con su realidad. Sabía de alguna de sus andanzas puntuales, como aquello de que nos ahorraríamos algunos disgustos si se exigiese superar un examen antes de permitir que alguien hable de Fórmula 1 en público (sic). Pensaba que a este tipo de ejemplares se les podía haber subido el pase de prensa a Montmeló a la cabeza y ya, pero no, me equivocaba de plano.
Han llegado, que es a lo que vamos, y mientras hacen lo que todos en redes sociales: ganar seguidores y cuotita de importancia, niegan la mayor porque van de broma y esto no se puede tomar demasiado en serio, etcétera, etcétera, etcétera, aunque, básicamente, actúan así porque si admitiesen lo que buscan en realidad se les caía el tinglado. Luchan denodadamente por demostrar quién era más niño cuando se convirtió en apasionado de la muerte, fingen que entienden, que conocen, que analizan, y prosperan en su entorno riendo y creando realidades paralelas y para lelos.
Ya sé que el humor no atraviesa sus mejores momentos, al bueno me refiero, pero también conviene hablar de vez en cuando de él.
Siempre se ha ligado a la inteligencia, y cuando ésta no lo respalda no hay gracia por ningún lado, mucho menos cuando existe un empeño feroz —¡anda, como el lobo!— en reescribir una historia que por edad les pilló a todos estos protas muy a desmano. Con doce años, con siete o con nueve, incluso en plena adolescencia, 2007 no deja de ser una referencia en la actualidad, contaminada, por supuesto, por todo eso que se dijo y no se puede contrastar, y en consecuencia, hablar de ella como si se estuviese descubriendo el Mediterráneo, en plan nativo formulero, resulta bastante necio y origina que Faemino y Cansado te visiten de madrugada para impedir que te hagas pipí.
Os leo.
Me alcanzan las luces para entender eso de las aplicaciones o los contenidos nativos, pero se me empiezan a fundir los plomos cuando leo que menganito o zutanito son nativos de Facebook, por ejemplo. Y es que se lee, no me lo estoy inventando, sobre todo en las revistas cool que acompañan a los otrora diarios serios, desde cuyas páginas se nos indica cómo vivir, cómo lucir más bonito, cómo cenar adecuadamente, cómo hacer pis sin salpicar, cómo cuidar de una amistad, cómo educar mejor a nuestros hijos, cómo hacer el amor y... en fin, como ser más gilipollas de lo que somos, en definitiva.
Me pregunto si esa gente en la que se apoya tanto consejo ha nacido en una cuenta de una red social, si allí la alumbraron sus padres, si existe fuera de ella o simplemente estamos ante un nuevo giro de guión enfocado a evitar que parezcan idiotas porque eso es lo que son en realidad...
Me estoy distrayendo y no quiero. En nuestro amado deporte ya están aquí los nativos formuleros, o mejor dicho: ya estaban aquí porque, la verdad, acabo de darme de bruces con su realidad. Sabía de alguna de sus andanzas puntuales, como aquello de que nos ahorraríamos algunos disgustos si se exigiese superar un examen antes de permitir que alguien hable de Fórmula 1 en público (sic). Pensaba que a este tipo de ejemplares se les podía haber subido el pase de prensa a Montmeló a la cabeza y ya, pero no, me equivocaba de plano.
Han llegado, que es a lo que vamos, y mientras hacen lo que todos en redes sociales: ganar seguidores y cuotita de importancia, niegan la mayor porque van de broma y esto no se puede tomar demasiado en serio, etcétera, etcétera, etcétera, aunque, básicamente, actúan así porque si admitiesen lo que buscan en realidad se les caía el tinglado. Luchan denodadamente por demostrar quién era más niño cuando se convirtió en apasionado de la muerte, fingen que entienden, que conocen, que analizan, y prosperan en su entorno riendo y creando realidades paralelas y para lelos.
Ya sé que el humor no atraviesa sus mejores momentos, al bueno me refiero, pero también conviene hablar de vez en cuando de él.
Siempre se ha ligado a la inteligencia, y cuando ésta no lo respalda no hay gracia por ningún lado, mucho menos cuando existe un empeño feroz —¡anda, como el lobo!— en reescribir una historia que por edad les pilló a todos estos protas muy a desmano. Con doce años, con siete o con nueve, incluso en plena adolescencia, 2007 no deja de ser una referencia en la actualidad, contaminada, por supuesto, por todo eso que se dijo y no se puede contrastar, y en consecuencia, hablar de ella como si se estuviese descubriendo el Mediterráneo, en plan nativo formulero, resulta bastante necio y origina que Faemino y Cansado te visiten de madrugada para impedir que te hagas pipí.
Os leo.
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