domingo, 22 de abril de 2018

Los arquitectos


La reciente victoria de Daniel Ricciardo en China ha vuelto a poner sobre la mesa el viejo debate de si son más emocionantes las victorias trabajadas que las relativamente sencillotas, o lo que es lo mismo: si en Fórmula 1 sigue habiendo espacio para las manos y cabeza del piloto.

Lo cierto es que llevamos a las espaldas una buena cantidad de temporadas en las que de manera bastante artificial para mi modo de ver, se ha sustantivado en exceso la figura del conductor que no dejaba ni las migas a los rivales. Los récords de todos los tiempos se han pulverizado casi en su totalidad, y en consecuencia, el aficionado se ha acostumbrado a que las poles y los Grand Chelem cayeran como rosquillas...

Indudablemente, no se puede evitar relacionar esta dinámica matadora con la paulatina merma de la calidad del espectáculo, y por ende, con el desplome de espectadores que delataba el informe que presentó Liberty Media el año pasado [La Fórmula 1 pierde 200 millones de espectadores en una década]. Lo previsible no mola, y en este sentido, se puede colegir con facilidad que los dominios Red Bull/Vettel y Mercedes AMG/Hamilton no han sentado nada bien al negocio aunque le hayan servido para abrir nuevos mercados en lo que a todas luces ha sido una bonita huída hacia adelante.

Desde luego, el patrón norteamericano no quiere alargar más este modelo. Busca la competitividad real como germen del deporte y el show, y esto ha abierto la puerta a que los pilotos quieran aprovechar el momento, tanto en los despachos como en la pista.

La normativa aplicada en la temporada 2017 también ha tenido mucho que ver en este cambio. Los vehículos son ahora más exigentes de conducir y esto supone un aliciente para los hombres que pretenden destacar desde el interior de sus habitáculos. No hay igualdad plena —jamás la ha habido—, pero ahora se percibe mejor que antes que las manos y la inteligencia al volante pueden suponer ese plus que busca una escudería cuando contrata a tal o cual tipo.

Es pronto para decirlo, pero intuyo que en unos pocos años veremos cómo van desapareciendo los experimentos con conductores de pago de dudosa calidad, para dejar paso a pilotos que seguirán pagando —esto es un clásico, amigos—, pero que al menos tendrán algo que decir sobre el asfalto.

Llevamos demasiado tiempo afincados en la cultura Ecclestone y el edificio se ha resentido en sus cimientos. La figura del ingeniero como dios supremo de la actividad no ha salido porque sí ni como las setas en otoño. Ha surgido porque el contexto le ha beneficiado en detrimento del individuo que, a fin y a cuentas, no debería haber dejado de ser el gran protagonista de las carreras junto a su monoplaza, como han mencionado en más de una ocasión Giancarlo Minardi o Flavio Briatore.

El espectador no es tonto y prefiere disfrutar viendo cómo se construyen las victorias a pensar que prácticamente todo está dicho desde que el semáforo se apaga. Le gustan los arquitectos de siempre, no los robots que se limitan a hacer lo que se les pide por radio.

Os leo.

1 comentario:

anonimo dijo...

Es razonable que caigan los récords uno tras otro: La F1 pasó de calendarios de cinco o seis GPs por año en los cincuetas, luego unos diez o doce en los setentas, para llegar a los mas de vente actuales. Si eres buen piloto y estás en un equipo dominante puedes meter en un año mas victorias que Fangio en cuatro o cinco.
Por un lado es cierto que lo previsible no paga. Durante la "era Schumacher" hasta se manejaron cambios de reglamento para que no fueran tan fáciles sus títulos.
Pero por el otro podría pasar que gane todos los años el mismo piloto pero el show en sí mismo (maniobras al límite, sobrepasos, bloqueos de neumáticos, trompos u otros errores) haga ganar audiencia.