martes, 24 de septiembre de 2024

La dureza


Franco Colapinto continúa proporcionándonos gratos momentos y la saludable sensación de que al otro lado del Atlántico comienzan a entender un poquito mejor de qué va la F1, tanto es así que su alegre chavalería y alguno de sus arqueólogos más señeros han aparcado aquellas quejitas flanderianas que esbozaron cuando lo de Qatar 2023 [Y el golpe de calor], con tan sólo ver la cara desmadejada de un padawan que ha visitado el infierno y ha salido por su propio pie y con el sable láser en la mano.

Newgarden y Berger tampoco han dicho nada, de momento, cosa que es de agradecer. La FIA fue cauta y mejoró la ventilación del horno en el que viajan los pilotos en sitios como Marina Bay o Losail, pero Fernando no bebe líquido por si acaso y esa lección ya la lleva aprendida nuestro protagonista, quien ha pagado la novatada sin arrugarse ni tanto así.

A Trulli le llamaron nenaza en su día por venirse abajo y abandonar, pero aquí te pueden llamar cualquier cosa porque lo que cuenta es cuántas cabezas cuelgan de tu cinturón al final del combate, y esto lo sabe bien Colapinto, a quien ya le están pidiendo que no lo sometan tanto al fuego enemigo aunque yo imploro que lo mantengan en primera línea, que lo confronten con los peores de la parrilla y Grove lo siga midiendo con los mejores, a poder ser con las más nefastas estrategias de neumáticos, porque es con los mejores y en las peores situaciones donde se crecen los tipos como él.

Está tan escasita la cosa de nuestro deporte/espectáculo que quiero que el sueño dure y Franco siga tensando la cuerda mientras aprende y afina los rudimentos de fregarse con un Williams como si fuese un Ferrari o un Red Bull lo que lleva bajo el culo.

Algunos pilotos ya han acusado recibo de que Colapinto no juega al volante, Albon desde luego lo ha hecho, y el undécimo puesto logrado en Singapur sabe a miel en los labios, sí, pero el chiquillo mejora carrera a carrera, y aguanta lo que le echen sin llorar o excederse por radio —honestamente, no sé qué coño le pide a la vida Lewis ni por qué lo comparte con Bono, y, por ende, con todos nosotros—, y que así siga por siempre jamás.

Os leo.

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