Desprovista de monoplazas circulando a toda pastilla por una parte de sus calles, Bakú parece incluso una ciudad normal, eso sí, muy fotogénica, aunque su circuito sea de los que no me hacen demasiado tilín.
El desencuentro viene de una vieja cuita que recuerdan muy pocos, creo, y que, conforme transcurren las temporadas, va perdiendo valor y razón porque a las nuevas generaciones les gustan los videojuegos, a Liberty Media le gustan las nuevas generaciones, y, bueno, Bakú es un maravilloso ejemplo de trazado divertido en la PlayStation o el simulador, que, a mi parecer, flojea bastante disfrutándolo por televisión.
No me lo toméis demasiado a mal, pero para hacer convivir una parte vertiginosamente rápida con otra revirada y lenta, que discurre además entre hormigón armado, casi prefiero pedirle al camarero un Vesper Martini, agitado, no mezclado, o quedarme con mi vasito de whisky de todas las tardes, mientras me regalo la vista con las bonitas imágenes de la capital de Azerbaiyán.
Os leo.
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