Resulta bastante bobo negar que el dinero mueve la Fórmula 1, pero tampoco podemos perpetuar la idea adolescente de que todo debe estar supeditado a él en nuestra actividad, fundamentalmente porque el deporte se ha extralimitado creciendo por encima de sus posibilidades, adquiriendo un sobrecoste superfluo que tampoco es de recibo que se lo endosemos a los pilotos y, por ende, al espectáculo.
Bien, ya no existen muchas posibilidades de que un joven despunte sin pagar peaje en el costoso trayecto hasta la F1, pero esto es un problema que debería ser resuelto, no un dogma de fe, ya que hay mucha calidad que no llega arriba simplemente porque no tiene tesorería o apoyos para alcanzar la cima, y debido, también, a que los equipos han definido un campo de juego bastante torticero en el que si no has sido descubierto a los seis años no llegarás a lo más alto jamás.
El austriaco es un gestor y ha hablado como gestor. Si el progenitor resuelve que el niño llege a la Fórmula 1 bienvenidos sean papá y su zagal, y no hay que irse muy lejos para comprobar su pragmático (y estúpido) resultadismo, ya que en sus palabras no encontramos una sola mención a cualidades ni expectativas. Menciona el estigma del millonario, ofrece cuatro datos netos y se queda tan pancho [Wolff: Racing Point F1 driver Stroll faces unfair "stigma" over father's wealth].
Se podría decir que Toto ¡no ha visto una promesa en su vida, Hulio!, y cabe recalcar que si por algo se distinguían tipos como Dennis, Chapman, Ferrari o mismamente Briatore, etcétera, era porque sabían oler el talento a la legua y no necesitaban de un dossier elaborado por otras manos para saber lo que es un diamante en bruto y cómo conviene pulirlo.
Os leo.
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