martes, 15 de septiembre de 2020

Propagando la verdad absoluta


No es que no me gusten los ricos ni el dinero ni el lujo, ni ese supuesto glamour para aburguesados quiero y no puedo, que destila esa gente con pasta que escenifica su potencial con cosas que no envidio. Me ocurre que no le veo su atractivo en la Fórmula 1, quizás porque vengo de tipos más mundanos, cuya auténtica riqueza estaba en sus manos, su cabeza, y en su maravillosa concepción de la vida como un tránsito donde resultaba obligado cambiar las cosas y eran ellos los que habían sido llamados a firmar los planos.

No es de ahora, y mira que lo siento. Me viene de muy antiguo, tanto que si me dicen con quién almorzar y pasar una tarde, o tomar un breve vermut, me pillo de calle a Colin Chapman, Ken Tyrrell, Patrick Head, por supuesto Enzo Ferrari, antes que a cualquier de los exponentes actuales de nuestro deporte. Tirando mucho el asunto también escogería a Flavio o Bernie, pero no en cualquiera de los Billonaire del primero, sino aquí, en Gorliz, seguramente en el Okela (el de Javitxu ofrece menús del día cojonudos y Manolo sirve el vermut siempre en su punto), básicamente porque son dos mafiosetes y tienen infinidad de cosas más interesantes que contar que un Toto Wolff, por ejemplo, o un Lawrence Stroll, que sé que me vais pillando.

Entiendo muy bien lo que está sucediendo y lo cierto es que tira bastante para atrás. Cuando no entiendes de coches ni te interesa ni eres capaz de mirar a un piloto más allá del dinero que te puede proporcionar, el apasionamiento por nuestra maravillosa actividad deja de concentrarse en la pista y se convierte en hacer genuflexiones ante los triunfadores porque ser un fracasado de mierda nunca ha molado. Basta para ello negar la mayor constantemente, o esgrimir argumentos peregrinos que pasan inexcusablemente porque los ingenieros ya saben y quien sabe más de todos es el patrón, que para eso es quien se juega los cuartos. Así las cosas, Carros de fuego se convierte en El lobo de Wall Street pero en versión cutre, con presupuesto de a cuatro duros y Santiago Segura de protagonista, vamos.

Hace edades que las historias de superación dejaron de tener sentido en la Fórmula 1 porque buena parte de nuestros entendidos (periodistas y gurús) se bajaron los pantalones ante la figura del que manda, la única que son capaces de asimilar como cabestros que son, y se vendieron a su ideario para hacer ver al vulgo que esto siempre ha ido de pasta cuando la realidad es que iba de ideas y creatividad y calidad al volante, hasta que llegaron ellos, los que creen que se les puede pegar algo por ponerse del lado de los ricos y el poder.

Os leo.

1 comentario:

Elín Fernández dijo...

Caballero, qué bien y claro escribe. Ese último párrafo es de enmarcar.
Abrazo, José.