Por si no se entiende mi relación con Charles Leclerc desde que escribí la entrada que va enlazada a continuación [Leclerc y el ¿para qué?], diré que en julio no ha cambiado nada la perspectiva que adopté en febrero pasado: el tonto de la película es Fred Vasseur, como he reiterado en diferentes ocasiones; Carlos no va a perdonar una —no tiene por qué—, y en cuanto flaquee el monegasco intentará sacar el mejor provecho; pero, ¡coñe!, a nuestro protagonista también cabe exigirle algo más de lo que está dando, sobre todo con Lewis llamando a la puerta.
Lo siento si molesta, pero Charles está muy por debajo de su calidad como piloto, y puesto que es recurrente en él, al desinfle cuando las cosas se tuercen me refiero, le escribo misivas de amor con unas gotitas de veneno para que no se olvide de que, a pesar del merluzo de Elkann, el anodino Vasseur y la turba de impresentables que le bautizaron Il Predestinato, Ferrari somos los tifosi, por encima de todo, los que nos dolemos en cada carrera de que Leclerc se parezca más y más al desgastado Vettel de 2018 y 2019.
Os leo.
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