La segunda recomendación literaria para nuestro verano boreal [#3LecturasEstivales], válida también para templar los rigores del invierno austral, viene de la mano de Edgardo Berg y es un libro que, como bien avisa en el prólogo, supone un volumen de 455 páginas dividido en cuatro espacios que se pueden leer del tirón y en orden o por separado, lo que no deja de ser una inteligente advertencia ante la magnitud de la aventura que propone.
Con el interés principal de homenajear a su padre en un centenario de su nacimiento que, por desgracia, no pudo celebrar por muy poquito, Edgardo limpia cuidadosamente, saca lustre y engrasa sus mejores herramientas como periodista, para indagar en una vida que no es la suya pero a la que pertenece.
Leyendo José Berg, Testigo y protagonista del siglo XX [Google Play], no resulta complicado imaginar a su autor trazando delicadamente el plano de una ciudad inabordable, para ir luego levantándola en tres dimensiones a partir de rinconcitos y recuerdos, anécdotas y sueños infantiles y adolescentes, que dan lugar a sus barrios antiguos, a los que se van adosando, a veces solapándolos, modernas estructuras que la dividen en cuadras y avenidas, también en minúsculas diagonales, hasta que el tiempo y su implacable dinámica termina por convertir la urbe en un lugar mágico donde perderse, si sabes cómo y dónde hacerlo, claro.
La semblanza de don Pepe es también el retrato de una Argentina orgullosa de serlo, y el de un aventurero que viajó lejos de sus fronteras para cincelarse como ser humano y volvió para resarcirse viviendo en paz y plenitud...
No acostumbro a desmenuzar los libros que traigo a Nürbu y, obviamente, no voy a hacerlo en esta ocasión, eso sí, tampoco quiero que os lleve a engaño la figura del «hijo destacando la imagen de su padre», porque, en sentido estricto, las preguntas de Edgardo en las partes entrevistadas, sus propias reflexiones, crónicas y relatos, contrapesan la inercia natural de su progenitor a no sentirse Testigo y protagonista del siglo XX, cuando, terminado el volumen, descubrimos que sí lo ha sido y que hemos participado brevemente de una de esas historias en apariencia pequeñas que hacen que siga mereciendo la pena vivir, o que la distancia entre el Buenos Aires de 1923 y la Mar del Plata de casi cien años después, no admite ser medida en kilómetros, leguas marinas u horas de vuelo.
Os leo.
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