martes, 2 de enero de 2018

Los números engañan [02-11-2012]


Al hilo de la entrada de ayer [Riesgo, peligro y espectáculo], rescato hoy un artículo que escribí a finales de 2012 para el número 2 de la Revista SafetyCast, en el que abundaba en el mismo asunto, aunque esta vez desde la óptica de la grave distorsión que, bajo mi humilde punto de vista, plantea en nuestra disciplina la ausencia de tantos riesgos como antaño a la hora de confrontar números y estadísticas entre diferentes etapas de nuestro deporte, y por supuesto, entre diferentes héroes del mismo. ¿Se parecía Vettel a Clark...?


Uno de los principales problemas que encuentra el aficionado a la hora de enfrentarse a nuestro deporte, consiste en la dificultad de aislar correctamente las diferentes variables que lo afectan.

Así, el recurso más a mano para evitar naufragar suele ser la comparación estadística, que puede resultar uno de los más peligrosos por cuanto aisla inevitablemente algunos de los condicionantes que han perfilado a pilotos y máquinas en las diferentes etapas del deporte, siendo una de las más relevantes, desde mi humilde punto de vista, la manera que tiene el piloto de afrontar el riesgo vital y mecánico desde el volante.

El riesgo vital que corría un piloto de carreras durante la década de los cincuenta del siglo pasado y el que asume cualquiera de los integrantes de la parrilla actual son a todas luces incomparables.

No es lo mismo conducir sentado en un habitáculo con medio cuerpo fuera sobre trazados que parecían trampas para osos, que hacerlo embutido en una célula de seguridad que resulta tremendamente eficaz en caso de impacto, entre otras cosas porque hoy en día las protecciones y escapatorias son impecablemente generosas —el Kaiser reconoció abiertamente que no se habría atrevido a competir cuando no había tanta seguridad en los circuitos y vehículos—, y es que la seguridad supone uno de los ingredientes más importantes de la actividad deportiva actual, y sin embargo, es uno de los que menos pesa a la hora de enfrentar los diferentes resultados.

También me parece poco adecuado comparar etapas del deporte en las cuales los motores y las diferentes partes mecánicas de un monoplaza de competición (suspensiones, cajas de cambio, etcétera) se rompían con facilidad porque era factible llevarlas a su límite, con la que vivimos en la actualidad, donde la rotura, cualquier tipo de rotura, parece casi una leyenda urbana…

Obviamente (a estas alturas no puedo ni quiero negarlo), estoy dando réplica a Charly Barazal en su artículo aparecido en SafetyCast nº1, ya que me siento parte integrante de ese grupo de aficionados a los que los números de Vettel sólo les dicen que el alemán es un pura sangre que corre en una época que se lo ha puesto muy fácil, no tanto por los vehículos que ha tenido la suerte de conducir (todos los grandes tienen suerte en este apartado), sino porque los condicionantes que le rodean sirven de alfombra roja para que rompa uno tras otro todos los récords que le pongan delante.

Aunque lo parezca no estoy haciendo demérito del actual bicampeón del mundo, al contrario, lo estoy enmarcando en su época concreta, una etapa del motorsport que tiene poco que ver con otras anteriores, ya que la seguridad activa y pasiva en trazados y coches, permite tomar riesgos que hace unos años no estaban al alcance de nadie que tuviera dos dedos de frente, y que está marcada para bien o para mal, por una cautela mecánica que no se gestiona desde el habitáculo y en soledad, como antaño, sino desde los ordenadores, la radio y el muro de la escudería que avisa que pares porque algo va mal.

Podría terminar diciendo que me gustaría ver a Sebastian subido en un Lotus 25 o en un Maserati 250f, o incluso en un Ferrari 126CK, pero mentiría como un bellaco. Aunque la nueva actitud del piloto ante su máquina y desempeño sea muy diferente, prefiero seguir dudando de él y sufriéndole con el dedo en alto, pero entero y de una pieza, dando por seguro que forma parte de la historia de nuestro deporte sin que sus números y hazañas importen tanto.

3 comentarios:

tita hellen dijo...

Completamente de acuerdo: si alguien le tiene que dar las gracias a su coche en muchos sentidos es Vettel, porque como piloto, no vamos a decir que sea malo, pero no es brillante y el coche tuvo mucho que ver en eso.

Al mismo tiempo, hace unas temporadas, todos recordamos accidentes de Alonso y Webber que en tiempos de aquellos amasijos de metal hubiesen sido de muerte y que ahora se quedaron en sustos importantes.

Un abrazo y feliz año

anonimo dijo...

Mi punto de vista, muy personal y, como tal, discutible:
- Reconozco que me gusta el riesgo. Prefiero como espectáculo el desafío al error del piloto o fabricante. Me gusta que jueguen al límite con la duración de los neumáticos, motores o con la conducción. Me gustaría por ejemplo que la F1 contara con neumáticos de perfiles mas bajos; que permitieran ir mas rápido en curva a costa de exponer a los pilotos a mas errores (resaltando a los buenos sobre los no tanto).
- Mi límite es el daño a la persona. Si el riesgo es una rueda rota, una carrera perdida, un error en una curva que signifique perder 20 segundos en volver a la pista, ayuda al show. Me encantaría que la F1 tuviera mucho de eso. Pero cuando el riesgo es que un piloto o un espectador se incendie, o pierda un brazo, o la vida, ya no me gusta para nada.

enrique dijo...

Como bien dices, no es justo comparar épocas distintas en espectáculos deportivos, y menos aún en disciplinas de motor. Pero también es verdad que se ha perdido ese componente de épica que por ejemplo si mantiene la indy 500. Muchos de los pilotos actuales de la parrilla de nuestra f1, ya declararon que respetaban lo que hacía Alonso, pero que ellos no lo harían porque les resultaba peligroso.