A punto de finalizar la primavera pasada, la batalla entre Ferrari y Mercedes AMG solapaba una competición sin apenas alicientes para el resto de equipos. Si la cosa no estaba suficientemente malita entonces, la certificación de que nos íbamos a tener que contentar con ver carreras a una sola parada —Pirelli ya había anunciado a finales de mayo que retiraba los compuestos duros de la gama 2017— venía a proponernos un nuevo gatillazo. Yo reflexionaba sobre todo ello desde mi espacio en MomentoGP.
Corren malos tiempos para la lírica. Llevamos a cuestas tan sólo siete carreras de esta temporada 2017 y ya comenzamos a percibir claros síntomas de que nos la han vuelto a meter doblada…
Corren malos tiempos para la lírica. Llevamos a cuestas tan sólo siete carreras de esta temporada 2017 y ya comenzamos a percibir claros síntomas de que nos la han vuelto a meter doblada…
Mi primera entrada en este rincón se titulaba precisamente «La F1 ha cambiado, pero puede que no tanto». En ella avisaba de que quizás el horizonte no fuese tan rosa como nos lo pintaban porque seguíamos inmersos en esa etapa híbrida que ha impuesto Mercedes-Benz a nuestro deporte con la inestimable ayuda de Bernie Ecclestone, sus amigos pagafanteros y los numerosos mamporreros que han crecido a su sombra.
Cuando apareció Liberty en el horizonte resultaba obvio que tenía por delante un trabajo hercúleo. Salvo para los más ilusos del redil, no se antojaba demasiado sencillo cambiar desde los cimientos hasta el tejado un edificio levantado sobre una cultura empresarial emponzoñada por los trapicheos, los favores y las trampas más o menos solapadas, pretendiendo, para colmo, que los nuevos aires se notaran de la noche a la mañana.
La herencia es mala, para qué vamos a negarlo. Honda y McLaren continúan perdidos, por ejemplo. Renault ha anunciado recientemente que el séptimo de caballería llegará como pronto en 2018, lo que nos pone en que Red Bull aspira este año, y como mucho, a ser tercera en el Mundial, y a que Max Verstappen puede olvidarse de volver a ganar como hizo el año pasado en el Gran Premio de España…
Y lo patético de todo esto es que las claves para comprender lo que está sucediendo son las mismas que hace casi un lustro: limitación idiota de entrenamientos y un proveedor único que es capaz de convertir el mayor de los esfuerzos en agua de borrajas. Y todo ello sin mencionar una filosofía híbrida que hace que todo sea tan complejo y tan alejado del público que como ayuda al espectáculo no sirve ni como papel de váter.
Hombre, no voy a decir que la normativa 2017 haya resultado un completo desastre. Los coches son más bonitos y agresivos que antes, van más rápido, pero no debemos olvidar que no es lo que nos habían prometido. Más igualdad, eso nos dijeron, más posibilidad de que gracias a la aerodinámica y los neumáticos anchos se redujesen las distancias…
No os aburro. Los aficionados seguimos pagando el pato con una Fórmula 1 que se salva ahora porque la salida del túnel parece más cercana que nunca. Vamos, que sólo con imaginar que hay luz más allá de la oscuridad todo se hace más llevadero.
Carey y su equipo se han puesto a ello, que decía aquél, y, además, desde el minuto 1 y empezando por Bernie a su casa, lo que parece mucho. Queda desbrozar el terreno plagado de contratos blindados, renegociar los pactos cuya vigencia se extiende hasta 2019 y más allá, tener a todo el mundo contento, acabar con el hambre de algunas escuderías, salvar algunos circuitos, planificar cómo serán los calendarios venideros, etcétera, etcétera, etcétera.
Mientras tanto, me temo que seguiremos entreteniéndonos como hemos hecho siempre de una década a esta parte: consolándonos con un deporte en el que sólo cuentan los poderosos —en el caso de Red Bull, ni eso—, quienes además de competir en pista por los mejores puestos tienen más dinero y hacen política más proactiva en pasillos y despachos, lo que en sí no es malo, entendámonos.
¿Antes era peor? Por supuesto, pero que me aspen si supone un precioso lugar una competición donde florecen los bulos como setas en otoño, y donde a lo más que puede aspirar un aficionado es a discutir con otro cuál de sus respectivos progenitores es mejor estratega cuando Pirelli nos dice que todo Dios irá a una parada.
Os leo.
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