sábado, 15 de diciembre de 2012

Ajo y agua


Iba a titular esta entrada «Cuando te llamas PZero y te apellidas 27» pero lo he rechazado de inmediato porque soy más de no dar pistas, de manera que he recurrido a uno de los ardides más provechosos que tengo en mi zurrón mágico de bardo: tirar del título de la canción que estoy escuchando mientras escribo, en este caso «Icarus», la primera pieza de la banda sonora de The Aviator, compuesta por Howard Shore para la cinta de Martin Scorsese sobre Howard Hughes, tema por otro lado sencillamente brutal y totalmente recomendable.

En esto andaba, cuando he pensando que últimamente estoy un poco zángano con los títulos y que esta tarde que navega tranquilina a la espera de que los mayas la caguen estrepitosamente en sus adivinaciones, el próximo viernes si Dios quiere, para que el sábado siguiente nos veamos en la amarga tesitura de tener que afrontar que el mundo sigue que sigue, y que los que nos lo están dinamitando no han perdido el tiempo porque no creen ni en los mayas, ni en la Humanidad ni en nada, he recordado que Ícaro era el hijo de Dédalo, y que de éste y no de aquél fue la idea de construir las alas que les permitirían abandonar el laberinto cretense donde les había encerrado el rey Minos.

Como sabéis, durante el vuelo liberador Ícaro no hizo caso a su padre en aquello de no acercarse al sol (los hijos nunca hacen caso de sus progenitores, a veces para bien, pero otras...), de forma que la cera que mantenía unidas las plumas del artilugio se fundieron a su espalda, llevándole a que diera con sus huesos en el mar. Obviamente, muriendo en el trance.

Tras el espectáculo ofrecido por Bridgestone en su penúltimo año como proveedor único de neumáticos (el último fue de órdago), Dédalo decidió escapar del laberinto en que se había metido por confiar tanto en el libre mercado y en la libertad de ideas, otorgando a Ícaro plenos poderes para generar espectáculo del bueno, aunque avisándole de que tuviera mucho cuidado con lo que hacía, no fuera a ser que se les vieran las intenciones. 

A tal fin y en previsión del estreno, dotó a su hijo de un banco de pruebas que no servía ni para tacos de escopeta, el TF109 de Toyota, un coche que había corrido en 2009, pero que durante los experimentos ni cumplía con el reglamento ni vestía unas formas aerodinámicas adecuadas, porque todo aquello era agua de borrajas en 2010. Así y todo, Ícaro se tomó el empeño con sumo celo y esmero, y contra viento y marea hizo lo que pudo para presentarse a la cita de 2011, que lo hizo, aunque sin llegar a cumplir las expectativas.

Para 2012, en su ya segundo intento, Ícaro convenció a Dédalo para que le dejara probar las alas en un vehículo más idóneo, y Dédalo transigió dándole un Lotus Renault R30 para que hiciera con él lo que quisiera.

El bendito cachivache, como sabemos de sobra, lleva montado el mismo RS27 by Renault que se lleva utilizando desde hace la intemerata y que usa Red Bull, entre otras, y se halla muy cerca de ser plenamente adecuado a reglamento.

Toda vez que la ecuación del moderno espectáculo competitivo pasa por trasladar a las gomas el sacrosanto rendimiento, no hay que ser ni siquiera clásico ni versado en tradiciones mediterráneas, para entender que en una prueba, la que sea, los resultados óptimos mantienen una relación indiscutible e inequívoca con las variables que intervienen, de forma que podríamos decir sin temor a errar demasiado, que Ícaro parió sin saberlo las mejores alas para el juguete que le había dejado su cauteloso y noble progenitor, quebrando con ello el sacrosanto mandato que evitaría por todos los medios que a padre e hijo se les viera el plumero.

El final de la historia ya lo sabemos. Red Bull ha vuelto a hacerlo, Dédalo se llama andanas, Ícaro no sabe dónde meterse, el mejor calzado para un RS27 siempre será uno de marca Pirelli, PZero para más señas. Y esta entrada se titula definitivamente «Ajo y agua».

1 comentario:

rudyBB dijo...

Muy bueno...
Pero Icaro al principio también se acercaba a las Lunas Ferraristas, aunque a medio camino le dijeron que no se confundiera jejejjejeje

H Shore, ¡qué fenómeno Bajo La Montaña!