viernes, 5 de abril de 2024

Ommadawn


«El final no existe, sólo es el lugar donde abandonamos la historia.» 

Quizás todo se reduzca a que íntimamente todos sentimos que Marussia no fue tan culpable como nos quisieron hacer ver, o a que seguimos considerando que un piloto se juega la vida hasta límites más allá de lo razonable porque confía en que sus mayores velan por su integridad, y nadie, en su sano juicio, sacaría una grúa cuando la oscuridad devoraba Suzuka y los monoplazas seguían rodando sobre su piso, incluso bajo régimen de doble amarilla. Tal vez se deba a que mi hijo cumplirá treinta y cuatro este próximo 24 de abril, y Jules, tan sólo unos meses mayor, dejó de celebrar años un 17 de julio de 2015...

Recuerdo con amargura aquel 5 de octubre de 2014 bajo el tifón Phanfone, en la Prefectura nipona de Mie. Ese día y los siguientes desaté toda mi furia al teclado pero resultó insuficiente, pues hoy, 5 de abril de casi diez años después, los abonados a reírle las gracias al deporte también recuerdan a Bianchi con ocasión del Gran Premio de Japón, como yo y tantos, aunque por diferentes razones. 

No les impide conciliar el sueño que Charlie Whiting fuese comisionado por la FIA para delimitar las responsabilidades de Charlie Whiting como Director de Carrera, ni que el marrón le cayera finalmente a uno de los parias de la parrilla de entonces —con Mercedes AMG, Ferrari o Red Bull se iban a meter—, y de rondón, la mierda salpicara al conductor del MR03 dorsal número 17.

A Jules lo abandonamos en el instante de golpear la grúa, unos porque no supimos hacerlo mejor, y otros, porque, con tal de no tocar el término autoridad, han sido capaces de tragar con todos los sapos que les servían fríos mientras fingían en redes sociales entender la situación.

A la felonía cometida con el francés en cuanto a pasarle la responsabilidad por no respetar los avisos, se suma así el olvido con la complicidad de los defensores del statu quo y el obligado cumplimiento de un reglamento que no se observó. Total, en el transcurso de una carrera que jamás debería haberse celebrado porque no existían condiciones para hacerlo, el culpable del desastre casi acabó siendo un chaval de 24 años, cuyo vehículo pisaba húmedo y perdía el control, y acababa estrellándose contra una pieza de 5 toneladas que jamás debería haber estado allí...

Si no fuera por las consecuencias podríamos incluso hablar de final feliz. Los defensores de la llama no se atreven a tanto, obviamente, y yo menos porque cuanto más lo recuerdo más me hierve la sangre. 

Os leo.

1 comentario:

Josemi dijo...

Al final, como siempre decia mi madre, el muerto es el que pierde.