El volumen que acerco hoy a Nürbu es bastante especial, porque no es un libro al uso y porque versa sobre Tazio Nuvolari, aunque deberíamos decir: sobre la percepción única que tiene Marco D'Aponte al respecto de Il Mantovano volante.
D'Aponte es pintor, ilustrador, dibujante de cómics (fumetti), serígrafo, cartelista y, artísticamente hablando, un tipo completísimo cuyas creaciones merecen al menos una genuflexión, o dos, o tres...
No estamos ante una obra (la suya) que viva en la glorieta del neoclasicismo más rancio o el siempre sacrificado hiperrealismo, lo que me lleva a pensar en que provocará rechazo entre los adoradores del dato, la exactitud y el rigor, ya que entramos de lleno en el Olimpo de la expresión genuina, la interpretación y el gesto, algo que, a su vez, me recuerda que el maestro Sorolla, buscando superar nuevos límites cuando los cincuenta de antaño venían a ser los setenta de ahora, se ataba el pincel al antebrazo y repartía la luz por sus lienzos con el hombro y el codo pues la muñeca y los dedos habían dejado de servir a su propósito.
Hecho el esbozo del artista vayamos con Nuvolari Tazio, pilota (Daniela Plaza Editore; Turín, 2018), un trabajo que recoge la labor de D'Aponte para las muestras Ritratti di uomini e di macchine y Primo assoluto, que organizó en 2007 y 2009, respectivamente, el Museo Tazio Nuvolari de Mantua al hijo más preferido de la ciudad, a quien cantó Arriva Tazio el Trio Lescano, más o menos antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial.
Siendo historietista hay que aceptar que D'Aponte también escribe, aunque muchos lo mandarían (sólo) a pintar ruedas, de manera que nuestro protagonista acompaña sus imágenes con textos alusivos, reflexiones, opiniones y citas, que lo reafirman en el amor que siente por el pequeño gigante Nivola, algo que ni se molesta en ocultar, ni con el lápiz graso, el litográfico, la mancha en negro, la aguada, la acuarela o la tinta plana.
Doy por seguro que hay tantos Tazio como autores lo han referido, pero el de D'Aconte es tan hermoso que voy a hacer la cuarta genuflexión y a recomendároslo encarecidamente, siquiera porque su sola presencia en la estantería de casa os distinguirá de toda esa gente sosa que va predicando la ortodoxia como único vínculo posible con nuestro pasado.
Os leo.
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